Esta semana los caleños fuimos testigos de algunas imágenes que parecían sacadas de una de las más crudas películas de acción. Sin embargo, no era así. La “manifestación” que tuvo lugar el pasado miércoles en la Universidad del Valle generó indignación y rechazo por el grado de vandalismo y terror que sembró.
Pero no nos llamemos a engaños y seamos claros: lo que vimos no fue una manifestación o una protesta, sino un despreciable acto terrorista. Jóvenes encapuchados que con tatucos buscaron derrumbar el helicóptero de la Policía, lanzaron papas bombas contra un centro comercial y un bus del MIO y además dispararon armas de fuego contra el ESMAD. ¿Qué otro nombre tiene esto? ¿Acaso esas son formas legítimas de protestar o más bien son tácticas propias de organizaciones criminales?
Estos actos demenciales cobraron la vida de una persona, que al parecer no era ni siquiera estudiante de la universidad, sino, probablemente, un infiltrado que estaba manipulando los artefactos explosivos.
Lo cierto es que, lastimosamente, a los caleños y a los colombianos, se nos ha convertido en paisaje, como si fuera normal y natural en el día a día, padecer estos distintos actos de violencia que suceden en las inmediaciones de las universidades públicas. Esto es inaudito y debemos sacudirnos.
Es indiscutible que hoy los criminales se sienten protegidos bajo el argumento de la autonomía universitaria para actuar, pues cierta interpretación, impide el acceso de la fuerza pública a los centros educativos si no se cuenta con una orden judicial o la aprobación de los consejos superiores de las instituciones. ¡Háganme el favor! ¿Entonces qué necesitamos para combatir a los terroristas y delincuentes que se infiltran? Me perdonan la expresión, pero el país está mamado que uno pocos desadaptados, antisociales y terroristas nos arrinconen. Debemos recuperar el orden, la autoridad y el imperio de la ley. Debemos enviar una señal inequívoca de que se les acabó la guachafita a todos los malandros que utilizan las universidades públicas como plataformas del fundamentalismo y el terror, y no como templos de la ciencia, el libre debate de ideas y la innovación.
Esta es una discusión prioritaria, que debe ser abordada de inmediato, con toda la seriedad y contundencia. La realidad es que no podemos permitir que las universidades públicas se conviertan en repúblicas independientes, donde algunas minorías extremistas operan, aprovechando cualquier excusa para generar caos urbano y desestabilizar las instituciones, buscando crear vacíos de gobernabilidad para que grupos políticos afines los capitalicen.
Esta forma de protestar mediante las vías de hecho e implementando la violencia es anacrónica, propia radicales trasnochados que poco aportan a la generación de conocimiento y a la evolución de la sociedad. La protesta debe reinventarse, apelando a nuevos repertorios más creativos, con sentido de la realidad y, obviamente, dentro de la legalidad.
El Estado está en la obligación de garantizar la seguridad de sus ciudadanos y para ello no pueden haber lugares vedados para la fuerza pública. No pueden existir repúblicas independientes en Colombia. Una errática interpretación de la ley no puede ser un impedimento para ello. Nada tiene que ver la autonomía universitaria, que debe centrarse en la libertad de cátedra y el intercambio democrático de ideas, con la protección de criminales y terroristas, que instrumentalizan los recintos educativos como guaridas para evadir a las autoridades y atacar a la fuerza pública, escondidos detrás las aulas universitarios y una capucha. ¡Qué valientes!
Cada vez es más triste ver cómo la reputación de nuestras universidades públicas se ve manchada, por los actos violentos protagonizados por delincuentes que en muchas ocasiones portan prendas alusivas a las guerrillas que tanto daño le han hecho a este país. Nuestras universidades y su prestigio, deben conservarse por su aporte a la cultura, la ciencia y el conocimiento dentro de la construcción de un mejor país, nunca más como cunas de radicales que abrazan un discurso de odio que en nada le sirve a nuestra sociedad.
Parémosles-Bolas a nuestros estudiantes y evitemos que las universidades públicas se conviertan en repúblicas independientes, permisivas con el crimen, la violencia y el terrorismo. Recuperarlas es un deber moral de nuestra sociedad para garantizar nuestro futuro.
Publicado: abril 8 de 2019