En este país pasan todos los días cosas desconcertantes. No sé dónde nace o está la fuerza sobrenatural que nos permite soportarlo todo, o tal vez, que es en lo que creo, la capacidad para olvidar, para pasar paginas angustiantes y tormentosas que nos ha tocado vivir y levantarnos al otro día como si en el anterior no hubieran pasado hechos terroríficos como los que están escritos en la historia o en la memoria de los colombianos.
Nos han explicado que tenemos derecho a vivir en paz, ¡claro! Quien se opone a ese esta de plenitud colectivo, no lo merecemos, lo soñaron nuestros antepasados y lo seguimos añorando. También les hemos explicado, de todas las formas y razones, que no nos oponemos a la paz, ni menos, que somos aliados de la guerra.
Nos convocaron para acabar con la polarización a un plebiscito que refrendaría los acuerdos de La Habana. Lo intentaron todo, absolutamente todo, para que millones de colombianos acudieran a las urnas a honrar el Sí.
Utilizaron el Papa Francisco, al Presiente Obama, a los intelectuales, a la Corte Constitucional para modificar el umbral aprobatorio, el poder intimidador del Estado y su presupuesto se ejecutó como nunca antes. Hicieron todo lo posible y lo imposible por ganar y aplastar en el plebiscito, pero la gente, silenciosa y digna, acudió a las urnas a decir no, a sentenciar en el poder supremo de las urnas: no a la impunidad.
Las sociedades sobreviven al poder de la infamia y la manipulación cuando valores supremos, individuales y colectivos son más fuertes y valiosos que la retórica. El valor universal de la Paz fue degradado en Colombia, convertido en trofeo de quienes de todas las formas posibles han querido aplastar a quienes le damos un valor esencial, diferente a la paz: justicia.
La JEP no es la causa de la polarización, ni es la consecuencia. La JEP es una figura que pretenden venderla como una institución democrática y legal que obrará como sanadora, redentora, cúspide ecuménica de las diferencias.
El presidente Duque hizo lo correcto, lo políticamente correcto, objetar parte de ese adefesio de normas que pretende reglamentar esa inutilidad en la que se convertirá la JEP. Duque hizo lo mínimo, porque lo correcto es acabar legalmente con la JEP, con ese Frankenstein impuesto por Enrique Santos y un turbio abogado español llamado Enrique Santiago.
Es tan oscura la creación de la JEP y su mismo propósito, que el mismo jefe negociador del gobierno, Humberto de la Calle, revela en sus memorias “Revelaciones al final de la guerra” que la JEP fue una imposición de las FARC, un golpe de Estado.
Lo único cierto es que una gran parte de Colombia (lo dicen las encuestas) no vamos a renunciar al derecho a exigir Justicia. ¿Cuándo? Proto tal vez, pero sino es pronto, no vamos a desfallecer para que el Colombia nunca más se negocie entre ron, habano y comida… en medio de francachelas la dignidad de la Paz que en su esencia es la Justicia.
Publicado: marzo 19 de 2019