Mi hermana mayor, artista, poeta, fue monja carmelita de clausura más de diez años, en un convento perdido en las montañas al sur del Perú. Nunca pude visitarla. Era muy arduo llegar al convento. Una vez allá, no podías besarla, abrazarla, solo podías verla al otro lado de una rejilla.
Ahora mi hermana, que escribe como los dioses, y corre olas todos los días, vive en una casa frente al mar, al norte del Perú. Tampoco he encontrado el tiempo ni la generosidad para visitarla. Me siento en deuda con ella.
Mi otra hermana fue amante del dinero desde muy joven. Cultivaba interesadamente el afecto de nuestro tío más acaudalado, el minero, quien, sensible a la belleza masculina, no estaba casado ni tenía hijos, y vivía entre Londres y Lima. También se esmeraba por agradar a una tía abuela muy rica, cuyo marido le había legado, al fallecer, una colección de piezas de oro. Aquella tía vivía, con una perrita coqueta, la mayor parte del año en Londres, y, cuando volvía a Lima, solía traer regalos para mi hermana, quien, con astucia y cálculo infalibles, le mandaba cartas manuscritas a Londres, diciéndole cuánto la extrañaba y, de paso, recordándole sus encarguitos, casi siempre ropa, zapatillas, prendas de lujo.
Esa hermana es ahora una obsesiva inversionista en la Bolsa, o en varias Bolsas a la vez, y lo mismo gana fortunas que las pierde, y en cualquier caso siempre encuentra cuantiosas sumas de dinero para vivir como una reina y viajar todo el tiempo con comodidades regias, sin privarse de nada. Esa hermana, treinta años atrás, me hizo padrino de su hija mayor. Asistí a las charlas reformatorias, perfectamente inútiles, que me infligió un cura, estando yo bajo los efectos de la cocaína, pues en aquellos años tomaba cocaína a menudo, tan frecuentemente que también acudí al bautismo muy elegante y muy tieso por la cocaína. Por supuesto, he sido el peor padrino del mundo, y sospecho que mi hermana lamenta profundamente haberme hecho esa distinción que yo no merecía ni supe honrar.
El hermano que me sigue es un atleta casi profesional. Ha corrido maratones en las principales ciudades del mundo. Sale a correr todas las madrugadas con su esposa. Es apenas cuatro años menor que yo, pero parece doce años menor, porque está en óptimas condiciones físicas, no como yo, que estoy fofo, rollizo, gordinflón. Ese hermano corredor fue siempre un gran deportista. Desde niño jugó al fútbol y al tenis mejor que yo, me ganaba sin esforzarse. Dormíamos en el mismo dormitorio de nuestra casona en los suburbios, en un camarote, yo en la litera de arriba, él en el colchón de abajo. Éramos inseparables. Nos queríamos mucho. Nuestra pasión era jugar al fútbol, tan pronto como regresábamos del colegio. Con los años, siguió superándome, tanto en las competencias deportivas, como en el campo académico. Obtuvo una maestría de negocios en una importante universidad de los Estados Unidos. Montó una cadena de tiendas deportivas. Prosperó. Se consolidó como un hombre de éxito. Además, tuvo cuatro hijos, el mayor de los cuales es ahora piloto de aviación, y el segundo, un brillantísimo estudiante con un alto cociente intelectual que debe de triplicar el mío, que a duras penas terminé el colegio. Solo he tenido dos mínimas peleas con ese hermano maratonista. Una, cuando le preguntaron, hace muchos años, si había leído mis libros, y él respondió: “No leo libros de maricones”. La otra, cuando publiqué una novela titulada “La mujer de mi hermano”, y él pensó erróneamente, sin haberla leído, que dicha novela aludía a él y a su mujer. Por suerte, ambas asperezas fueron olvidadas sin que quedasen rencores.
Mi hermano, el ingeniero, consiguió algo que parecía imposible: ser el hijo que más felicidades y orgullos supo darle a nuestro padre, y el que, al mismo tiempo, mejor ha sabido querer, acompañar y aconsejar a nuestra madre. Lo quiero y admiro porque todo lo ha hecho muy juiciosamente, con grandes reservas de inteligencia, persistencia, nobleza y bondad. Nada más terminar el colegio, ganó una beca para estudiar ingeniería agrícola en el extranjero, en una universidad de prestigio, donde descolló los cuatro años que estuvo allá. A pesar de mis promesas, nunca conseguí visitarlo. Mi padre estuvo en su graduación, debió de ser uno de los días más felices de su vida. Luego mi hermano regresó a Lima, reunió un pequeño capital hecho de aportes de la familia, lástima que no me sumé con una contribución, cuánto lamento esa mezquindad o cortedad de miras que me nubló, y fundó una empresa de jardinería que no tardó en expandirse y dejar pingues ganancias, al punto que, tiempo después, compró campos al norte del país, los sembró de aguacates y, con el tiempo, demostró ser un visionario, porque el consumo de aguacate se disparó en todo el mundo, y el precio de la palta subió exponencialmente, lo que llenó de dinero a mi hermano, que exporta sus paltas a los mercados más importantes del mundo. No solo se casó con una mujer adorable, y tuvo tres hijos preciosos, sino que siempre encontró la manera de acompañar generosamente a nuestros padres. Nunca hemos tenido una gran pelea ni, estoy seguro, la tendremos. Se hizo muy amigo de mi primera esposa cuando yo me separé de ella, y hubo algunos pequeños incidentes que en su día me mortificaron, pues me parecía indebida o excesiva o inapropiada o sospechosa su amistad tan cercana con mi esposa, pero ni siquiera en esos momentos de cierta turbulencia se rompió nuestra amistad, y menos podría romperse ahora, tanto tiempo después. Mi primera esposa estaba sola, herida, despechada, y se refugió en el cariño noble de mi hermano, quien supo acompañarla cuando yo no podía. Preferiría que no fuese tan amigo de mi primera esposa y de su familia, que no se han desbordado de afecto conmigo, pero ¿quién soy yo para elegir a sus amigos?
La gran revelación de la familia ha sido mi hermano, el cazador. Yo no mato animales, salvo mosquitos o arañas o cucarachas o moscas, pero a él le gusta ir de cacería, como hacía nuestro padre, y yo respeto esa dimensión suya que algunas almas sensibles cuestionan, horrorizadas, escandalizadas. Lo he oído rebatir los argumentos de esos espíritus pacifistas y sus razones no me han parecido desdeñables. Ese hermano ha sido una revelación porque, con los años, ha tenido un éxito impresionante en los negocios, consolidándose como un importante procesador y distribuidor de carne de res de alta calidad. Además, se ha rodeado de amigos que lo quieren y celebran su notable sentido del humor, y ha refinado y potenciado su inteligencia, tal vez porque sabe rodearse de gente lista, exitosa, divertida, de la cual ha sabido aprender no poco. Para mí es evidente que ese hermano, el cazador, es ahora una persona infinitamente más inteligente, tolerante, compasiva y risueña de la que era hace veinte años. De todos mis numerosos hermanos, es, a no dudarlo, el más gracioso, el que anima todas las fiestas, el que más amigos tiene. Su esposa es genial, sus hijos son un encanto, tienen casa de playa y casa en el campo y apartamento en un barrio señorial de la ciudad, y viajan con frecuencia, sin privarse de nada. Mi esposa los adora, se divierte mucho con ellos, y eso ha propiciado que, no habiendo sido cercanos de niños, ahora tengamos ganas de vernos de vez en cuando. Una cosa es segura cuando estamos con él: nos hará reír mucho. Y el tema de mi sexualidad, que tantos años atrás acaso le mortificaba, ahora no parece molestarle en absoluto, una señal más de cuánto ha refinado y mejorado su manera de ver las cosas.
Luego está mi hermano, el magnate, el heredero. Por ser ahijado de nuestro tío más rico, heredó mucho dinero. Ha sido sagaz en invertir en equipos de minería. Le ha ido muy bien. Ha amasado considerable fortuna. De niño y joven fue díscolo, revoltoso, buscapleitos, pero con los años se ha sosegado bastante. Es muy cercano a nuestra madre. Es muy religioso, de rezar el rosario todos los días. Ha tenido novias muy lindas. Hace poco, ya en sus cuarenta y tantos años, se casó y tuvo una hija. Es muy generoso. Nos hace los regalos más caros. Cuando nació mi hija menor, la colmó de regalos increíblemente lujosos.
Mi hermano, el gerente, el que físicamente se parece más a mí, ha sufrido debido a eso, debe de estar harto de que se lo digan todo el tiempo. Ahora ya no nos parecemos tanto, porque yo he engordado, de modo que él se parece, si acaso, a quien era yo hace veinticinco años. Es un ejecutivo muy exitoso de una corporación chilena. Viaja mucho. Su esposa es muy linda, muy sensible, muy refinada. Tiene tres hijos divinos. De joven, ese hermano quiso ser músico. Como le gusta la buena vida, se dedicó al mundo corporativo, donde ha experimentado grandes progresos. Podría no trabajar, es muy rico, pero trabaja como el que más. Se levanta temprano, corre, nada, llega al trabajo antes que los empleados bajo su supervisión. De todos los hermanos, es el que tiene la casa más impresionante. Se ha construido una auténtica mansión en el barrio más elegante de la ciudad. Es un campeón en toda la línea. Cuando lo veo, pienso que ese hermano soy yo, sin mis gruesas fallas genéticas.
Aunque probablemente él preferiría que no lo nombrase, porque cultiva un elegante perfil bajo, no puedo dejar de mencionar a mi hermano, el artista. Es fotógrafo, pintor, escritor. Es un espíritu sensible. Lo admiro mucho. Además, es un gran deportista, juega tenis todos los días en el club de playa. Ha vivido largas temporadas en el extranjero, y eso ha educado y templado su mente. Habla poco, es muy observador, vive en su mundo apacible y creativo, no se mete en líos, no opina cuando hay conflictos o guerrillas familiares, adora a nuestra madre, es una fuente de afecto noble siempre, siempre, sin falta. Cuando me operaron del hígado hace diez años, vino a visitarme desde muy lejos, nadie más vino a verme. Solo por eso estaré siempre en deuda con él.
Por último, está el benjamín de la familia, seguramente el más inteligente de todos. Gran lector, de poderosa curiosidad intelectual, es varias cosas a la vez: abogado, financista, banquero, intelectual. Sabe más que todos los hermanos juntos y no hace alarde de ello. Ha obtenido una maestría en una escuela de negocios muy importante. Trabaja en un banco de prestigio. Entiende el complejo y fascinante mundo del dinero. Viaja mucho. Se ha casado con una mujer bellísima, bailarina de ballet clásico. Tiene un hijo que no conozco. Mi hermano confirma el adagio oriental según el cual la fortuna de una familia la define no el hijo mayor, sino el menor. Hemos tenido desencuentros por cosas de dinero, ya felizmente superados. Cuando quería ser presidente, le dije que él sería mi canciller. Cuando comprendí que no debía ser presidente, le dije que él sería el presidente de la familia. La idea no le disgustó.
Publicado: marzo 18 de 2019