La trampa, la marrulla, la mentira, la falsedad, la corrupción, la maturranga y la deslealtad son los elementos predominantes de la personalidad de Juan Manuel Santos. Desde que era un niño, y a falta de talento e inteligencia, desarrolló un agudo sentido para engañar a los demás, logrando así mimetizarse cual camaleón, al tiempo que hacía de los principios una camisa a su medida, dependiendo de las circunstancias.
Donde quiera que estuviera, Santos buscaba pasar por encima de quien fuera. Su propia familia padeció la ambición desmedida del tartufo: para defenestrar a su tío Hernando Santos Castillo como director de “El Tiempo”, fue capaz de cosas irrepetibles, pero el valeroso Don Hernando, no cedió al chantaje. Del periódico saltó a la vida pública: fungió como ministro de Comercio Exterior de Gaviria, luego de toda suerte de intrigas y consejas. También estuvo al lado del presidente Pastrana, en la cartera de Hacienda, recurriendo a una “lagartería” monumental, de la que hay muchas historias. A la administración Uribe llegó como mandado por el infierno, posando de algo que nunca ha sido: un hombre decente, comprometido y correcto.
Juan Manuel Santos, en circunstancias normales, jamás habría llegado a ningún Pereira: de no haber sido el hijo de Enrique Santos Castillo, hasta el cargo de portero del periódico le hubiese quedado grande. No es un hombre inteligente, ni culto y muchos menos un estadista: la mediocridad y la liviandad lo mantienen irredimiblemente atado a las tinieblas de la ignorancia y la maldad. Hasta debieron enseñarle a hablar correctamente, en medio de su primera campaña presidencial: en un hotel de Brickell, en Miami, un reconocido actor venezolano lo instruyó durante varios meses, para que pudiese hilvanar una conversación, sin que las palabras parecieran el balbuceo de un imberbe que arranca la vida. Ni que decir de la apariencia de Santos: no hay un rostro que ejemplifique la oscuridad del alma de mejor manera. De gracia y donaire, mejor no hablar, pues tiene más carisma una estatua de cera.
Ya en el poder, y con el garrote en la mano, Santos se mostró, con cinismo proverbial, tan abyecto como siempre lo fue: los montajes y las persecuciones estuvieron a la orden del día: el almirante Arango Bacci, María del Pilar Hurtado, Diego Palacios, Sabas Pretelt, Luis Carlos Restrepo, Andrés Felipe Arias y Oscar Iván Zuluaga son tan solo algunos ejemplos de los alcances del sujeto de marras, que se valió de sus cómplices en el aparato judicial (entre los que se cuentan el prófugo exmagistrado de la Corte Suprema Leonidas Bustos y el exfiscal Eduardo Montealegre) para hacer de las suyas, mientras la prensa fletada justificaba lo injustificable para favorecer a Santos. Ni para qué mencionar los niveles inconmensurables e inmarcesibles de corrupción que estimuló desde su “desgobierno” y que aún subsiste, pese a los esfuerzos del presidente Duque y de su gobierno para cortarle la cabeza a esa tenebrosa culebra.
No hay, entonces, por qué extrañarse por el almuerzo que sostuvo Santos con tres magistrados de la Corte Constitucional (VER FOTO) minutos antes de su intervención en el pleno de esa corporación, en el marco del debate sobre las fumigaciones a los cultivos ilícitos. Es justo reconocer que, si en algo ha sido coherente Santos, es precisamente en aplicar el mismo método que lo llevó a la Presidencia: mentir, corromper, utilizar a quien necesite y luego desechar lo que le estorbe, como hizo con Maduro. Las reuniones con togados no son extrañas para Santos: en ocho años de su nefasta presidencia desfilaron por el palacio de Nariño, muchos de ellos, con el objeto de “cuadrar” leyes, organizar persecuciones y armar los entuertos que el gago tanto disfruta.
No me canso de repetirlo: Santos ha comprado todo lo que ha querido (hasta el Nobel de Paz), pero hay algo que nunca podrá tener, ni con todo el dinero del mundo, ni con todas las trampas imaginables: el cariño del pueblo colombiano.
La ñapa I: Bonita reaparición la de Santos: volvió al ruedo a pedirle a la Corte Constitucional que contribuya a que Colombia siga inundándose de coca.
La ñapa II: El magistrado de la Corte Constitucional Alejandro Linares se entiende tan bien con Santos, porque ambos son igual de mediocres.
La ñapa III: A los únicos que perjudica la fumigación con glifosato es a los bandidos que cultivan la maldita coca.
La ñapa IV: Y, a propósito de despropósitos judiciales: la Corte Constitucional acaba de proscribir la caza deportiva del ordenamiento jurídico colombiano, mientras continúa avalando el aborto. A no dudarlo, más les importa la vida de una musaraña y de un gusarapo que la del niño que está por nacer. Por eso estamos como estamos.
Publicado: marzo 10 de 2019