¡Ah herencia maldita la del tartufo que en mala hora ocupó el solio de Bolívar!: además de todo el robispicio que patrocinó para comprar aliados y “enmermelar” a la prensa y, por supuesto, para engordar sus cuentas, nos dejó un país hecho trizas y descuadernado como el que más, en medio de una crisis institucional y económica de dimensiones bíblicas. Mientras él se pasea muy orondo en bicicleta con doña Tutina -la jefe del comité de odios de la familia Santos Rodríguez-, Colombia trasiega una senda escarpada y llena de obstáculos, que los detractores del gobierno del presidente Duque, de muy mala fe, pretenden que este resuelva como quien hace magia, a pocos meses de haber asumido el poder.
Juan Manuel Santos se sabe impune porque todas las fechorías que cometió eran (y siguen siendo) maquilladas por sus amigos periodistas y exsubalternos, y minimizadas por los cómplices que hizo en la Rama Judicial: el más ferviente amigo del gago, el corrupto Leonidas Bustos, “director emérito del Cartel de la Toga”, fungió de protector y espadachín de cada una de las ilicitudes acometidas por el sujeto de marras; lo propio hicieron sus esbirros de la Comisión de Acusaciones. Santos, investido de un aire de superioridad superlativo, propio de un acomplejado de su talla y creyéndose intocable por ser miembro de la manida y decadente oligarquía bogotana, hizo y deshizo, ante la mirada complaciente del establecimiento y los grandes medios de comunicación.
Hoy me referiré a una de las tantas infamias diseñadas y maquinadas por Santos: el montaje del “hacker” Sepúlveda, un asunto de la mayor gravedad que no ha merecido ningún pronunciamiento de la prensa tradicional, esa que ayudó a urdir el complot, y mucho menos de los opinadores y personajes públicos que se creen atalayas morales, pero solo para criticar al expresidente Álvaro Uribe. Esta trama me parece de gran trascendencia, pues, como consecuencia de dicho entuerto, se alteró la voluntad popular y se ejecutó un fraude electoral en el que la compra de votos y la desinformación fueron protagonistas, para reelegir a Santos. En esa empresa criminal, Santos fue secundado por el exfiscal Eduardo Montealegre, con el único propósito de robarle la Presidencia a Óscar Iván Zuluaga, como en efecto ocurrió. La absolución de Luis Alfonso Hoyos confirma lo que ya han dicho otras instancias judiciales como la Fiscalía y el Consejo Nacional Electoral: la campaña de Zuluaga fue transparente.
Semejante afrenta a la democracia no puede quedar sin castigo: Santos, Montealegre, el almirante Echandía y toda la recua de bandidos que montaron esa “Bacrim” deben responder como en derecho es menester. Gracias a esa trampa, en su segundo periodo Santos terminó de quebrar el erario y de entregarle en bandeja de plata la República a los terroristas de las Farc. Tardaremos años en recomponer tanto desastre, por cuenta de las ansias de poder de un individuo que, de no haber sido hijo de Enrique Santos Castillo, probablemente ni siquiera habría llegado a ocupar el cargo de portero del periódico El Tiempo.
No hay que gastar “tinta” hablando de la falta de condición humana del tartufo; ya todo el mundo sabe que difícilmente se pueda encontrar en estas tierras un ser más abyecto y ruin; allá los que tienen que padecer su insoportable presencia, pero, eso sí, que no crea el expresidente que sus actos delictivos quedarán en el olvido: algunos tenemos memoria y no cejaremos en el empeño de que un día haya justicia. Ojalá todas las víctimas de Juan Manuel Santos se unieran para que, de manera organizada, se empiece a articular una serie de denuncias que aclaren tantas cosas turbias y sórdidas al rededor del peor presidente que hemos tenido.
La ñapa I: Algo bueno del gobierno Santos: empoderó tanto a la extrema izquierda, que todos salieron del clóset y hoy tenemos claro quienes son los verdaderos enemigos de la Patria.
La ñapa II: La Ministra de Justicia es una auténtica vergüenza que le hace un daño terrible al Gobierno.
Publicado: febrero 3 de 2019
Excelente idea hay que llevar a ese hampon a prision