Produce una profunda impresión el nivel de sadismo del dictador venezolano Nicolás Maduro quien, sin ninguna consideración, mientras bailaba salsa con su esposa, ordenó la quema de medicinas y alimentos que iban en los contenedores de la ayuda humanitaria que fue enviada desde Colombia.
Como lo ha repetido el presidente Juan Guaidó, en Venezuela hay más de 300 mil personas que no tienen alimentos ni cuentan con los medicamentos necesarios para atender sus dolencias. La ayuda humanitaria que intentó ser enviada, es urgente, es necesaria y Maduro, que ha condenado a su pueblo al hambre y a la enfermedad, cruzó la línea roja al ordenarle a sus milicias integradas por fanáticos criminales al servicio de la dictadura, incendiar los camiones que transportaban las cajas donadas por otros países.
Si alguien dudaba del talante criminal del heredero de Hugo Chávez, al ver las imágenes de lo sucedido el sábado 23 de febrero debe quedar notificado que ese individuo que ordena la quema de alimentos y abrir fuego contra civiles famélicos que valerosamente intentaron introducir la ayuda humanitaria a su país, es un indiscutible criminal de lesa humanidad con quien no puede adelantarse diálogo político alguno.
Procede respaldar aún más al presidente interino de Venezuela, un héroe que ha desafiado con inteligencia y patriotismo a los genocidas que han usurpado el gobierno de su país. Hace un mes, buena parte de las democracias del planeta reconocieron la legitimidad de Juan Guaidó. Unos pocos países voltearon su mirada, convirtiéndose en cómplices fácticos de Maduro y su camarilla de asesinos.
El doloroso hecho de que no haya sido posible que la ayuda humanitaria entrara a Venezuela, no significa que Maduro haya ganado la partida. Todo lo contrario. El sábado pasado, su suerte quedó sellada para siempre, pues el mundo libre tiene a partir de ese momento muchos más argumentos para insistir en su salida del poder y el restablecimiento inmediato del régimen democrático en Venezuela, a través de unas elecciones libres.
Ningún pueblo ha podido sacudirse de 20 años de dictadura en un abrir y cerrar de ojos. Sabemos que la salida de Maduro no iba a ser sencilla y tenemos todo el impulso y la decisión de continuar, bajo el liderazgo del presidente Duque, trabajando a brazo partido para que el hermano pueblo pueda, de una vez y para siempre, sacudirse del yugo criminal que lo oprime.
Lo dijo el Libertador Bolívar: maldito sea el soldado que apunte sus armas contra su propio pueblo. Maduro ha dado esa orden y aquello no puede ser ni olvidado ni perdonado. En honor a aquellas personas que han sido asesinadas por el régimen, los defensores de la democracia debemos persistir con la ardentía suficiente en la búsqueda de la más rápida y eficaz solución al problema venezolano.
No es este el momento para desfallecer. El dictador Nicolás Maduro ha demostrado que es un enemigo de su propio pueblo. Él y sus secuaces son un indiscutible peligro para la seguridad de la región y esa realidad deberá ser analizada con la seriedad que corresponde en la reunión que tendrá el “Grupo de Lima” en Bogotá, para efectos de tomar las decisiones del caso.
Publicado: febrero 25 de 2019