La terrible situación humanitaria que está viviendo Venezuela ha permitido desnudar una de las más previsibles realidades de la política nacional que hasta el momento algunos sectores ponían en duda para proteger sus intereses electorales.
Acudiendo a discursos de medio pelo como la libre determinación de los pueblos y proponiendo diálogos inútiles que solo oxigenan políticamente al dictador, Gustavo Petro ha convirtiendo su Twitter en un tribunal para abogar por la defensa de sus grandes amigos -y, quizás, colaboradores- de la dictadura venezolana.
Su interminable retorica ha buscado disuadir a como dé lugar a la opinión pública de las perversidades cometidas por Maduro y su combito de hampones, mientras, paralelamente, ataca sin fundamento el accionar del Presidente Duque, quien ha logrado en menos de dos meses acorralar internacionalmente a la dictadura, algo que bajo la diplomacia babosa de la anterior administración fue completamente imposible.
Esto, sin embargo, no es menor cosa. En términos castizos, implica la salida del closet ideológico por parte del hoy Senador, quien, así como un esposo infiel niega de la manera más cínica a la concubina de turno, se empeñó en negar sus interminables vínculos afectivos y programáticos con la dictadura chavista en la campaña presidencial.
Pues bien, la situación de Venezuela no solo lo ha expuesto como uno de los abogados de oficio del discípulo preferido de su compañero de batalla, sino que su vigorosa defensa permite demostrar sus verdaderas intenciones para llegar al poder.
Es evidente que el establecimiento de un sistema político-económico donde el Estado pretende controlar todos los aspectos de la economía mientras se persigue despiadadamente la propiedad privada, legítimamente obtenida por ciudadanos honorables, para posteriormente repartirla en una piñata populista inspirada en el resentimiento de clases es el verdadero propósito de sus aspiraciones electorales.
No obstante, más allá de las afinidades ideológicas y programáticas, la defensa de Petro a la dictadura venezolana supera cualquier calculo político y electoral:
¿Qué busca Petro con su vehemente defensa al régimen venezolano? ¿Acaso la caída de la dictadura afectará los ingresos de sus campañas futuras? ¿Dependen sus finanzas personales de “colaboraciones” del régimen? ¿Por qué tanto fanatismo en mostrar las bondades de un sistema que tiene muriéndose de hambre a todo un País?
Sin lugar a dudas, la caída del chavismo es un duro golpe que añade otro peldaño en la historia de países que fracasaron al imponer una agenda socialista. Sin embargo, una defensa tan apasionada de una causa completamente perdida permite pensar que los intereses pueden ir más allá de lo que todos podemos imaginar.
PD: es momento de dejar a un lado tanto discurso y pasar a la acción. Maduro no dejará el poder como consecuencia de marchas pacíficas. Es la hora de recuperar el control de Miraflores y no precisamente por medio de solicitudes respetuosas en los medios internacionales.
Publicado: febrero 26 de 2019