El conflicto interno colombiano es el más antiguo del hemisferio occidental, y en sus más de 50 años no hay un solo connacional en cuya vida no haya repercutido.
Pese al debate que ello suscitó, no cabe duda de que militares y policías también son víctimas de la guerra; así lo reconoció primeramente la Ley 975 de 2005 o ‘Ley de Justicia y Paz’, producto de las negociaciones del gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez con grupos ilegales de autodefensa, y lo ratificó más adelante la Ley 1448 de 2011 o Ley de Víctimas.
Aun así, hay quienes sostienen que no debería otorgárseles dicho rótulo, esgrimiendo que la muerte, las lesiones e impedimentos que adquieran en el ejercicio de sus funciones, son producto de la confrontación en la que participan como agentes activos. Otros pensamos diferente: defendemos su condición y la de sus familiares, innegables mártires de la ola de violencia.
Solo por dar unas cifras, la Dirección para la Acción Integral contra Minas Antipersonal (Descontamina Colombia) señala que desde 1990 a la fecha, han muerto alrededor de 7 mil uniformados por efecto de las minas antipersonal, y el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) lo confirma al documentar que esa cifra corresponde a más del 60% del total de las víctimas de ese repudiado método de guerra. Esto sin citar el consolidado general de muertos en combate; víctimas de secuestro, atentados, torturas y otros flagelos que enmarcan la guerra.
Aunque de por sí las citadas leyes les otorgan el derecho a ser retribuidos económicamente por su afectación, de acuerdo al régimen especial aplicable, es nuestro deber como sociedad reconocer su condición de víctimas, a modo de reparación simbólica por haber ofrendado su vida e integridad al servicio militar.
Así mismo deben ser reconocidos sus familiares: padre, madre, esposa (o) e hijos, víctimas de los efectos colaterales del conflicto, por todos los exabruptos a los que haya sido o pueda ser sometido su hijo (a), esposo (a), padre o madre.
Más allá de un texto de opinión, este es un réquiem por nuestros héroes de guerra, por todos los miembros, hombres y mujeres, del glorioso Ejército Nacional, la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), El Ejército, la Armada y nuestra Policía Nacional; por los que murieron a mediados de los 60 cuando inició este ciclo de violencia, y los que murieron hace pocas horas en el atentado a la Escuela de Cadetes General Santander; por los que sobrevivieron, mutilados o con secuelas sicológicas; por sus familias, que los vieron partir y tal vez nunca regresar; por todos y cada uno de ellos, que han puesto el pecho por defender la soberanía de este país, a todos: gracias y Dios los bendiga.
Publicado: enero 18 de 2019