En una de estas tertulias vespertinas familiares, amenizadas con peto callejero y café recién hecho, hablábamos sobre las campañas políticas. Les decía a los asistentes que me parecía inconcebible que se gastaran fortunas para alcanzar un cargo de elección popular.
Siempre he creído en campañas limpias y austeras. Su dialéctica, como la cucharita del peto: las ideas. La movilización del ciudadano: los debates .Los grandes temas y preocupaciones de la región: el núcleo de la discusión. En un clima de respeto y concordia entre los aspirantes y en donde la necesidad insatisfecha del elector no lo haga proclive a vender su conciencia. El requisito para entrar al debate electoral debe ser los deseos de servir y no el recurso financiero disponible. Que erradiquemos la apuesta electoral: cazo en esta elección, como inversión, para luego recuperarla al precio que sea y exagerado retorno.
Una campaña sobria, decente, de gastos medidos por los topes electorales y sin compra de votos. Que no exista la doble hipoteca y el contrato que pervierte la democracia. Los líderes de los barrios se entregan a quien pague más y los aspirantes a quienes financian e invierten en su actividad proselitista. La época prelectoral debe ser un centro de pensamiento regional. Este es el liderazgo constructivo que jalona los cambios.
Uno de mis hermanos comentó jocoso.: “una campaña al estilo Padre Llano”. Hacía referencia al jesuita nonagenario, referente javeriano y de fe critica. Con escepticismo, algunos comentarios que en Córdoba no era posible pues las elecciones se han convertido en la gran oportunidad de negocios y solución de muchos apremios. El “tebillegar” es quien elige.
Algún día, pensé, haré una campaña al estilo Padre Llano. Con convicción y entrega. Que las propuestas sean las que decidan. Respetando la dignidad del elector y no violentando sus principios por la urgencia económica. Anhelaría que durante la época de la campaña el departamento estuviese lleno de ladrillos, de cemento y de asfalto. Nuevos puentes y vías terciarias, una gran dinámica de las obras publicas. Que los ejecutores de los contratos estuviesen preocupados por la infraestructura y entregar sus compromisos a tiempo. Espantaría los sobrecostos vergonzosos que parecen tener los contratos. No hay que devolver favores a nadie y mucho menos a quienes se consideran “propietarios de los convenios” y apadrinan candidatos de bolsillo. Somos nosotros con nuestros impuestos los dueños de los contratos.
Córdoba estigmatizado, símbolo de la corrupción que corroe al país. Podemos soñar con una campaña limpia y transparente. ¿Es ingenuo, cándido o inexperto darle dignidad a nuestra democracia regional? La primera obra de gobierno que pueden hacer los precandidatos: majestad a la política.
Seamos pragmáticos: calculemos el ahorro del sobrecosto de los contratos que no llega a su destino. Cuántos puntos de la tasa de analfabetismo regional podríamos bajar y este un primer paso para recuperar nuestra viabilidad como Departamento. Cuántos cordobeses necesitamos .y especialmente cuantos aspirantes se comprometerían con este catecismo, copia del Padre Llano.
Sueño con unas elecciones puras, ese día de octubre, el de la limpieza moral. Cuando a los aspirantes los elija la mayoría, no la abstención. La compra de voto solo cabe en el pensamiento del cerebro estafador. Pero sueño también con el puerto exportador en nuestra costa que nos abre, como el día de las elecciones transparente, la puerta del futuro y viendo levar anclas a nuestros barcos, cargados de algodón, el de la esperanza.
Publicado: febrero 1 de 2019