En los comienzos fue así: las palabras, reflejo en sonidos de la realidad y la captación del entorno, tenían género como los humanos, por lo tanto las palabras se clasificaban en masculino, femenino y epiceno. El género epiceno cambió luego por género neutro: “dicho de un nombre que con solo género gramatical, puede designar seres de uno u otro sexo, por ejemplo: bebé, lince, pantera, víctima (DRAE). Semejante a la vida ordinaria y común donde un hombre y una mujer son quienes participan de la unión conyugal, para algunos un sacramento, para otros un contrato, para los de más allá, ambas figuras.
Pero, como se decía en la gramática, había a lo largo de la historia humana, personas “epicenas” que no eran ni lo uno ni lo otro, gustaban de individuos del mismo sexo. Ese tema era tabú y no se tocaba sino en la intimidad de las familias. Esos “epicenos” se les llamó maricas, cacorros, desviados, y, además, eran el demonio mismo. Hombres y mujeres “epicenos” fueron perseguidos y apedreados por su comportamiento sexual. Muchos se refugiaron en conventos y monasterios, cobijados y forzados por el celibato, resolvían las “flaquezas” (las tendencias de su naturaleza) con la austeridad, la abstinencia, los reglamentos y la autotortura con cilicios.
Esas fraternidades, por otro lado, dedicaron sus vidas a la música, la arqueología, a financiación de sus catedrales, al servicio de “las dos espadas”, coadministrando los reinos y escribiendo hermosos textos bajo los efectos de la mística y del incienso. Siglos después la ciencia descubrió que los “epicenos o neutros” no estaban poseídos por Lucifer ni padecían enfermedad alguna, sino que eran humanos con diferentes apetitos en el amor. Comenzó la era de las reivindicaciones, del reconocimiento. Sin embargo, la larga espera de los años para salir del closet, había horadado la imagen por los actos escandalosos de sus huestes. Todavía causan rechazo, temor y homofobia. Esa condición los ha llevado a crear una o varias comunidades secretas para actuar en la política, las milicias, los negocios, etc. Las nuevas palabras los llaman homosexuales o gays, lesbianas ellas, comunidades del anillo y muchas más.
La gravedad de estos descubrimientos sociales del último medio siglo es que los “epicenos” resultaron con subdivisiones sexuales que muestran un mundo que apenas despierta a un paisaje de intersexualidad que reclama ser entendidos y atendidos en sus enfermedades y, con frecuencia, militan al lado de revolucionarios locos.
Las mujeres también hacen parte de esta ola mundial que repudia el machismo, la discriminación sexual y se amparan en los derechos políticos en democracia. No obstante, las comunidades que agrupan estas tendencias han obtenido metas importantes como los matrimonios entre personas de un mismo sexo, con la exigencia de poder adoptar niños. Un número de casos suficientes para hablar de una muestra representativa de los efectos de esta clase de matrimonios que, una vez más, ponen en manos de adultos, ahora monosexuales, la vida y la suerte de los niños.
En medio de este hervor aparece la ideología de género, que por venir de las almas bondadosas y beatíficas del arco iris de la confusión, plantea que los niños no vienen al mundo como hombre y mujer, sino que su sexualidad solo se define durante los primeros años de su crecimiento. Que la naturaleza no entrega a los bebés con marca de fábrica, así el varoncito nazca con pene y la hembrita con vagina. Es cierto que los recién nacidos no demuestran ser lesbianas u homosexuales. Pero siempre la naturaleza indica con claridad su principal género sexual. Por eso es significativo que el gobierno Santos y una agencia de la ONU hayan importado esta franquicia destructora.
Por fortuna los hombres y mujeres heterosexuales son mayorías. Pero de triunfar las minorías, se extinguirá la especie humana. ¿Por qué? Por lo siguiente: las parejas gay, las de un mismo sexo, son familias horras, es decir, que no pueden concebir ni parir. Los niños saldrán de los vientres de mujeres heterosexuales. Los niños serán escasos, los arrebatarán las familias horras en medio de una humanidad robotizada. Además, muchos matrimonios heterosexuales no querrán tener hijos. Y la ideología de género, activada para dislocar las parejas heterosexuales estimulando los epicenos, haría que los hombres se extingan antes de secarse el sol.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: diciembre 4 de 2018