En nuestra segunda reflexión decembrina, intentaremos dar respuesta a la pregunta del título de esta columna.
Cuando se aceptan ideologías que atentan contra las libertades, ensucian con sus acciones el escenario democrático e “inventan” nuevas interpretaciones para “explicar” principios elementales es prudente hacer un alto y corregir el rumbo. De lo contrario, se puede perder el sentido de lo que es la Democracia.
Si nos remitimos a los orígenes, en Democracia no todos tienen derecho a participar.
Recordemos que en Grecia sólo los más doctos hacían parte de los debates que se registraban en el ágora, y en Roma, quienes llegaban al Senado no sólo eran ciudadanos que sabían leer y escribir; también representaban cabalmente los intereses de sus electores.
En Gettysburg, Abraham Lincoln nos regaló la mejor definición de Democracia: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Dicha premisa exige, necesariamente, escoger a los más honestos y capacitados para llevar a feliz término la tarea.
En 1981 Ronald Reagan, titán de nuestra era, al asumir funciones como cuadragésimo presidente de los Estados Unidos, puso en práctica este principio, exaltando el ejercicio de la libertad como valor aliado de la capacidad personal de cada ciudadano para salir adelante. Para él, el tamaño del estado debía ser mínimo; entre tanto, las oportunidades para que los ciudadanos pudieran alcanzar sus propósitos debían ser plenas.
Simple y directo. Fue el argumento contundente que, sumado a la Fe inquebrantable del Papa Juan Pablo II y a la magnífica gestión diplomática de la líder británica Margaret Thatcher, sirvió de estocada final para derrotar el comunismo. Gorbachov lo entendió claramente y actuó con responsabilidad, de la mano del recientemente fallecido George H.W. Bush.
En la primera década del siglo XXI países como Rumania, Polonia, Hungría, Lituania y Estonia, luego de padecer los horrores del socialismo soviético, optaron por avanzar en la prohibición de cualquier partido que defendiera esta ideología.
La experiencia para esas sociedades ha sido positiva. Los avances sociales no se han hecho esperar. Un nuevo aire se respira en sus ciudades.
Llegó el momento de comprender que no podemos aceptar medias tintas en la Democracia latinoamericana: respetas unas reglas de juego bien definidas o no haces parte del sistema.
En los países con Democracias serias la prioridad es el desarrollo ético y socio-económico, a partir de la solución de problemas concretos. El tema es hacer que las cosas sucedan, no eternizar discusiones vacías.
En esas latitudes los políticos son premiados por la calidad de los resultados de su labor, no por sus vínculos con el narcotráfico, ni por andar tapando delitos de forma descarda a punta de mentiras y falacias inaceptables.
Porque la democracia está hecha por y para individuos racionales, capaces de fundamentar sus intervenciones en argumentos, no en caprichos ni en fortunas mal habidas, muchas de ellas manchadas con la sangre de inocentes o premiadas por la más abyecta impunidad.
Con todo respeto: En Democracia necesitamos gente verdaderamente decente, ciudadanos honorables que no anden llenado bolsas de dinero para comprar conciencias, ni maquinando estrategias mafiosas para impulsar la lucha de clases o avalar antivalores que destruyen la sociedad.
#DemocraciaConValores
Publicado: diciembre 12 de 2018
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