En cualquier país del mundo, aquel antisocial que se atreva a agredir a un policía, seguramente recibirá una reacción contundente.
El derecho a la protesta es perfectamente necesario y legítimo en una democracia. Nuestra constitución lo consagra y protege a los ciudadanos que pacíficamente quieran expresar su descontento o alzar su voz de protesta, por cualquier asunto.
Durante el régimen de Juan Manuel Santos, el uribismo organizó múltiples marchas a lo largo de esos 8 años. Todas tranquilas, pacíficas y respetuosas con la fuerza pública. Al final de las concentraciones, los militantes del Centro Democrático, escoba en mano, limpiaban las plazas y calles donde tenían lugar sus concentraciones.
Ahora, con ocasión de las protestas estudiantiles, las cuales se han convertido en escenarios violentos, de vandalismo y agresión a la policía, se ha registrado mucha violencia y pocos argumentos de los supuestos líderes universitarios que dicen estar velando por la educación superior en nuestro país.
Una persona que se encapucha y lanza bombas Molotov y papas explosivas, debe ser tratada como un delincuente y no como un ciudadano de bien que sale a la calle a exigir la protección de sus derechos.
Si una persona atenta violentamente contra un miembro de la fuerza pública, ésta debe recibir el castigo que merece, sin contemplación alguna. La violencia es inadmisible y mucho más inaceptable es que ésta sea incentivada por sujetos peligrosos como Gustavo Petro, quien desde su cómoda curul en el senado, está incitando a miles de jóvenes ignorantes y manipulables a que incendien el país.
El caso del payanés Esteban Mosquera no puede seguir siendo tratado como hasta ahora se ha visto. Se ha presentado su situación como la de un desvalido muchachito que fue brutalmente agredido por el Esmad de la policía nacional, cuando en realidad ese sujeto –peligroso por demás- hacía parte de la barahúnda que alteró gravemente el orden público en la ciudad de Popayán.
Si el señor Mosquera, en vez de estar encapuchado ejecutando actos vandálicos, hubiera seguido atendiendo sus clases en la universidad del Cauca, hoy no estaría sufriendo las consecuencias de sus actos de violencia.
La policía de la capital caucana hizo lo que le correspondía y cumplió su deber de mantener el orden público frente a las acciones terroristas de unos desadaptados sociales que, abusando de la protesta social, pusieron en grave riesgo a todos los habitantes de esa ciudad.
Esteban Mosquera no es un estudiante inconforme. No. Él es un actor violento que fue debidamente contenido por las fuerzas del orden que, cumpliendo el mandato constitucional, se dieron a la tarea de enfrentarlo y, sobre todo, contenerlo.
Mosquera ha dicho que él es un simple espectador al que le gusta tomar fotografías de las marchas estudiantiles. Si aquello fuera cierto, ¿cómo explicar que estuviera encapuchado, con su rostro mimetizado tras un pedazo de tela? Quien esconde su cara es porque está obrando de forma irregular y no quiere ser identificado por las autoridades.
Bien por la policía nacional que ha cumplido cabalmente con su deber. Y bien, muy bien por el ministro de Defensa, Guillermo Botero, quien ha defendido con verticalidad la dignidad y la transparencia de los agentes que enfrentaron a los antisociales de Popayán, comandados por el peligroso Esteban Mosquera.
Publicado: diciembre 18 de 2018
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