No es fácil presentar en una brevísima semblanza los rasgos de una personalidad tan compleja y una vida tan llena de contrastes como la del recientemente fallecido Belisario Betancur Cuartas, quien ya está en presencia de Dios y sujeto a su juicio inexorable, mas también a la manifestación sublime de su infinita misericordia.
Tuve poco trato con él, pero el recuerdo que me dejó fue el de una persona deferente y comunicativa que sabía ganar amistades con su estilo campechano, muy propio de su antioqueñidad.
Recuerdo que en la campaña de 1982, cuando logró su anhelo de llegar a la presidencia de Colombia, después de hacer una presentación ante la Junta Nacional de la Andi, al despedirme de él me dijo:»Yo me desectaricé».
Lo traigo a colación porque a partir de ahí cabe distinguir en su trayectoria política dos momentos cruciales: su participación en la contienda de los partidos históricos en la segunda mitad de la década de 1940 y la primera de la de 1950, cuando, en efecto, era conocido por su radicalismo laureanista, y luego su presencia activa en el origen y desarrollo del Frente Nacional, que trajo consigo la superación del sectarismo partidista que había anegado de sangre el territorio patrio unos años atrás.
Alberto Lleras quiso integrarlo a su gabinete ministerial a raíz de la derrota que sufrió el laureanismo en las elecciones de 1960, pero los dirigentes de esta facción conservadora no lo autorizaron. Fue con Guillermo León Valencia que llegó al ministerio de Trabajo, en donde se puso de manifiesto su transición hacia un conservatismo que era, más que liberalizante, socializante. Si Laureano Gómez denostaba a los liberalizantes de su partido, ¿qué pensaría acerca de sus seguidores que a la sazón mostraban, como Belisario, inclinaciones socialistas?
El conservatismo de la época solía inspirarse en la Doctrina Social de la Iglesia, que planteaba unas soluciones intermedias entre el capitalismo y el socialismo. Se trataba de contraponer a Marx y Jesús, lo que dio lugar al desafiante libro que a fines de la década de 1960 publicó Revel bajo el título «Ni Marx ni Jesús», para defender sus recién adquiridas convicciones liberales. Belisario, como muchos otros católicos que se deslizaron hacia la izquierda, parecía conjugar los dos extremos: «Con Marx y con Jesús». Alguien que lo acompañó en Londres contaba que le tocó llevarlo al cementerio donde reposan los restos de aquel, visita que justificó diciendo que quería conocer la tumba del hombre más importante que había producido la humanidad, después de Jesucristo.
Parece haber bebido, entonces, de lo que Guillermo León Valencia calificaba ingeniosamente como un «cóctel de vodka y agua bendita». Es probable que su nacional-catolicismo laureanista de la década de 1940 hubiese evolucionado hacia un catolicismo tibio y quizás de no mucha ortodoxia, no obstante lo cual el Vaticano lo honró con destacadas distinciones.
Muchos que entonces creíamos ingenuamente en la consigna de Otto Morales Benítez, que proclamaba que el liberalismo era el destino de la patria, pensamos que a la presidencia había llegado el Belisario de 30 años atrás, y experimentamos temor por la suerte de nuestro partido, que a la postre terminó destrozado bajo el peso de su propia iniquidad.
Belisario, en efecto, aspiraba a liquidarlo con su Movimiento Nacional, que algunos identificaban con los independientes de que se valió Núñez para destruir a los radicales un siglo antes. Pero los hados no le fueron propicios y es lo cierto que avaló su promesa de superar el viejo sectarismo que había suscitado sospechas sobre sus propósitos. Su gobierno fue respetuoso de la oposición liberal y contribuyó a que nuestros copartidarios de aquel entonces abandonaran el temor que abrigaban por la llegada de los conservadores al poder.
Como lo señala Eduardo Mackenzie en su importantísimo libro sobre las Farc, la política exterior de Belisario dio un acusado giro hacia la izquierda tercermundista. Y es interesante observar que ese antiguo admirador de Franco terminara aliándose con Felipe González, el gobernante socialista de España en la década de 1980. Como decía López Michelsen: «Vivir para ver».
Definitivamente, Belisario había dejado de ser conservador. Ya solo lo era de nombre.
El accidentado final de su gobierno lo llevó a apartarse de la política. Cuando lo visité en Chile, a raíz de un viaje que hizo, me dijo de entrada, muy amablemente: «Hablemos de cualquier cosa, menos de política, que ya no me interesa». Como lo atestiguaron otros que tuvieron más cercanía con él, consideraba definitivamente cerrado ese capítulo de su existencia. Es probable que el horroroso y demencial Holocausto que perpetraron los psicópatas del M-19, con quienes había puesto en juego todo su prestigio en procura de un acuerdo de paz, hubiese dejado en el «hondón de su alma», que hoy menciona Juan José Hoyos en un precioso escrito, una inmensa e insuperable decepción.
Que Dios lo tenga en su gloria y le conceda el descanso eterno.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: diciembre 14 de 2018
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