Las últimas encuestas muestran que en la opinión pública ha cundido el desánimo en torno de la gestión del presidente Duque.
Es un hecho innegable que obedece a distintas causas, unas de ellas imputables a él mismo, pero otras ajenas, si se quiere, a su voluntad, pues tocan con la herencia desastrosa que legó su antecesor, con el espíritu subversivo de la oposición petrista y con un ánimo morboso que se advierte en cierta prensa.
Conviene recordar a este propósito las sabias palabras de Rafael Núñez: “La prensa debe ser antorcha y no tea, cordial y no tósigo, debe ser mensajera de verdad y no de error y calumnia, porque la herida que se hace a la honra y al sosiego es con frecuencia la más grande de todas”.
Para nadie es un secreto que los medios más influyentes, sobre todo en radio y televisión, le tienen inquina al presidente Duque, a quien le trasladan la áspera enemiga que han profesado contra el hoy senador Uribe Vélez y lo que él representa.
Hay que partir de la base de que Uribe es Uribe y Duque es Duque, vale decir, que no obstante las relaciones que median entre ambos, de cierto modo Uribe es el pasado, ciertamente inmediato, mientras que Duque apunta hacia el futuro.
La obra de Uribe es histórica y merece el reconocimiento de la ciudadanía, pero ya no estamos en el año 2002, sino en el 2018, lo cual significa que prácticamente hay una nueva generación que experimenta otras aspiraciones y ve las cosas de distinta manera.
Muchos de los nuevos electores apenas habían nacido cuando Uribe libró su patriótica batalla contra la subversión comunista, la que, mal que bien, hoy está en desbandada y completamente desacreditada ante el pueblo. Es una culebra agonizante, así siga revolcándose y tratando de morder. Lo que queda de ella son unas estructuras criminales que tarde o temprano serán sometidas por la acción de la autoridades.
No obstante, a partir de ahí se han producido unas mutaciones, unos cambios de piel, diríase que unas reencarnaciones de las que Petro y sus compinches han tomado atenta nota. Esa secta no avala hoy abiertamente los programas de las Farc y el Eln, que nos ofrecen los infernales paraísos imperantes en Cuba y Venezuela, sino las consignas de una nueva izquierda que se presenta como adalid de la lucha contra la corrupción, de la promoción de las demandas más acuciantes de los sectores populares y del progresismo que avanza hacia la transformación radical de la sociedad en el sentido que predica el marxismo cultural. Todo ello se resume en la engañosa divisa de la «Colombia Humana» que enarbola el pestilente Petro.
El presidente Duque ha querido adaptarse a los signos de estos tiempos. Para empezar, es hombre joven al que no se puede vincular con el paramilitarismo, el narcotráfico, la polítiquería o la corrupción. Lo lógico sería que la juventud se identificara con él, si no estuviera contaminada por el deletéreo espíritu de la nueva izquierda. Ha adoptado, además, medidas audaces, como la de darle la mitad del gobierno a la mujer, lo cual ameritaría su aplauso si la causa de su promoción tampoco estuviera asociada con el feminismo radical de las «Gamarras» y otras de su misma calaña.
Lo que cabe destacar en los primeros 100 días de su gobierno es la prudencia, el ánimo conciliador, su propósito de superar la polarización que envenena el espíritu colectivo. Si no ha barrido al santismo es porque piensa que en Colombia cabemos todos, con nuestros aciertos y nuestros errores. No hay en sus acciones ánimo vindicativo.
Ello no quiere decir que sea de carácter débil. Ha mostrado su fortaleza frente a la presión politiquera por los puestos y los contratos, manteniendo su propósito de cero «mermelada» para comprar apoyos en el Congreso, en los medios o en los gremios. También se ha mostrado firme ante el Eln y sus apoyos en Cuba y Venezuela, a cuyos gobiernos les ha reclamado vigorosamente por la protección que les brindan. No le ha temblado la voz, además, para denunciar el régimen dictatorial que oprime al sufrido pueblo venezolano.
No ignoro que se han cometido errores ni que hay aspectos discutibles en estos primeros días de gestión presidencial, pero hay que admitir que pocos mandatarios han encontrado circunstancias tan adversas como el actual. Tal vez las actuales sean similares en cierta medida a las que encontró en sus comienzos Misael Pastrana Borrero, quien supo sortearlas con gran habilidad.
Hay que darle tiempo a Duque para que muestre su casta y no atosigarlo con críticas que, todo lo bien intencionadas que parezcan ser, conducen a demeritarlo ante la opinión y a alimentar, así sea sin quererlo, la estrategia del caos que lidera Petro.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 22 de 2018
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