El lamentable espectáculo de los magistrados Barceló y Hernández, quienes aparecieron en un noticiero de televisión rabiosos, profiriendo toda suerte de acusaciones y señalamientos contra el presidente Uribe, se constituye, sin lugar a dudas, en un elemento de singular peso para avanzar en una reforma a la justicia.
Es francamente vergonzoso que los presidentes de la corte y de la sala penal, se valgan de los medios de comunicación para tramitar sus angustias y preocupaciones, con el propósito claro de evadir su responsabilidad en un hecho que demuestra el talante prevaricador y perseguidor de esos individuos: las interceptaciones ilegales de que fue víctima el presidente Uribe.
Un magistrado respetable, se hace sentir a través de sus providencias y no a través de entrevistas televisadas. Pedirle cortesía, buenas maneras y honorabilidad a sujetos de la catadura de Barceló y Hernández resulta imposible.
Hasta no hace mucho tiempo, particularmente en los pueblos, existía la costumbre de pagarles a unas mujeres cuya función consistía en ir a los sepelios para que lloraran desesperadamente frente al cajón en el que reposaban los restos del difunto.
Así, como plañideras, lloriquearon y se lamentaron los magistrados Hernández y Barceló. Su resentimiento y rabia se hicieron evidentes a lo largo de la infeliz entrevista. Vergonzoso que cargos de tan alta relevancia para la vida republicana estén siendo ocupados por sujetos de tan baja condición.
Barceló ha incurrido en toda suerte de abusos e irregularidades en el proceso contra el presidente Uribe. Sí es cierto que él, pasado de copas, aseveró que encarcelaría al exmandatario. Luego, consciente de su equivocación, empezó a recular.
Uno de los motivos por los que el aspirante a magistrado de la corte suprema de los Estados Unidos, el juez Brett Kavanaugh ha sido cuestionado es, precisamente, por su supuesta afición al alcohol. Así le moleste mucho al doctor Barceló, él, como miembro de la sala penal de la corte suprema de justicia, debe observar un comportamiento impecable y aquello lo obliga a abstenerse de anunciar capturas al calor de las copas.
“Los jueces somos víctimas de todo un proceso mediático. Acudiendo a la mentira se nos quiera poner en nuestras bocas (sic) afirmaciones o negaciones ajenas a la verdad”. No son palabras de un humilde agricultor, sino del presidente de la corte suprema de justicia, Jorge Luis Barceló quien con esa enrevesada frase quiso esquivar su evidente responsabilidad en las chuzadas ilegales, inhumanas y abusivas que él ordenó hacerle al presidente Álvaro Uribe Vélez.
Lo más grave de esa entrevista es que Barceló puso en evidencia su talante débil y poco discreto. Un juez, independientemente de su categoría, debe ser, ante todo, reservado y prudente. Por su condición, les está perfectamente prohibido hacer infidencias, pues sus decisiones quedarían perfectamente contaminadas.
En la entrevista de marras, Barceló, sin sonrojarse dijo que iba a ser “infidente” y comentó, sin decir los nombres, que personas cercanas al presidente Uribe se le acercaron a preguntarle si era cierto que iba a ordenar el encarcelamiento del líder uribista.
Aquella aseveración es supremamente delicada y Barceló no debió ni debe permitir que nadie, absolutamente nadie se acerque a su despacho a preguntar por las decisiones que va a adoptar respecto de los procesos que está llevando a cabo. Urge entonces que ese magistrado revele exactamente con cuántas personas –y brinde sus nombres- ha hablado sobre el proceso que adelantó contra el presidente Uribe.
Para comprender el nivel de degradación de la corte suprema de justicia, esa misma en la que hasta hace poco tiempo estaban -¿están?- los que integran o integraban la Bacrim denominada “el cartel de la toga”, basta con darle una mirada a la miserable entrevista que Barceló y Hernández le dieron al canal de televisión Caracol.
Publicado: octubre 4 de 2018
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