En los últimos meses he observado cada vez con mayor preocupación el nacimiento y expansión de un discurso populista con importantes rasgos antiempresa. En este se ha caracterizado al empresario como una especie de enemigo que recibe todos los beneficios del Estado, quitándole posibilidades a las clases más vulnerables. Se ha generado un universo de mitos y mentiras alrededor de la empresa y el empresario, que ha llevado la discusión a un plano de lucha de clases, donde se retrata al empresario como a alguien malo y sin corazón, que solo le interesa y busca maximizar sus utilidades.
Permanentemente la izquierda populista plantea en su dialéctica, falsa la disyuntiva, de que la sociedad debe escoger entre los derechos económicos y los derechos prevalentes del niño y por ende de la familia, el de la protección de la mujer y del trabajador, así como el derecho a la salud. Como si estos derechos no pudiesen confluir. Como si a los empresarios de Colombia solo les preocuparan sus intereses económicos y no la familia, el trabajo, la salud de los colombianos, el desarrollo social y la equidad. Ese discurso no solo es falso, sino tendencioso, irresponsable, incendiario y peligroso.
Siempre que se habla de los empresarios los hacen ver como los grandes, los “cacaos”, donde el monstruo de los mangones se les quedó en pañales. Omiten recordar, me imagino que adrede, que algún día esa gran empresa fue un emprendimiento, que fue una pyme que surgió de la nada, luchando contra todas las adversidades, a punta de esfuerzo, trabajo y dedicación. Que muchas incluso se quebraron y volvieron a arrancar. Pero no, lo fácil es decir que son los abusadores y explotadores. También se les olvida que en Colombia al día de hoy, más del 95% de las empresas son Mipymes y Pymes, las cuales generan el 71.4% del total del trabajo en Colombia.
Ese cuentico donde pintan a la empresa como el enemigo, no es nueva y por ello hace muchos años ya Sir Winston Churchill decía: “algunas personas miran a la empresa privada como un lobo que hay que abatir; otros lo miran como la vaca lechera que hay que ordeñar. Pero muy pocos la ven como el caballo sano que tira del carro.”
Lo cierto es que esta caricaturización es absolutamente contraria a la realidad. La empresa no divide, la empresa une y genera progreso. La empresa debe ser entendida más bien como ese lugar común donde confluimos y convivimos todos: trabajadores y sus familias, los proveedores, el Estado que recibe los impuestos, la comunidad, el medio ambiente y los accionistas entre otros. Es la casa de todos. El rol de la empresa no es otro; que lograr que a todos los agentes o actores, de esta “casa común”, les vaya bien.
Así a algunos les cueste creer y entender, la empresa es esa institución social que busca se maximicen los beneficios para todos sus agentes. Si señores, la idea es simple: que a todos los que conviven en esta “casa común” les vaya bien. No solo para los accionistas, como lo quieren hacer ver por ahí. Si se destruye o se ataca a la empresa como el punto de encuentro donde se generan beneficios comunes, créanlo, no se va poder generar desarrollo.
Tenemos que Pararle-Bolas a este discurso populista antiempresa que viene agitándose cada vez con más vehemencia. Me temo que la izquierda radical quiere agarrar a la empresa como el trompo quiñador para las próximas elecciones regionales.
Como lo acaban de leer, la izquierda radical y populista ya tiene su narrativa clara. ¿La tiene la empresa? Yo pensaba que no, pero un senador amigo con el cual tenemos algunas diferencias conceptuales y muchos puntos de encuentro me dijo: “no se equivoque Gabriel, los empresarios si tienen narrativa; lo que pasa es que están usando una narrativa equivocada”.
Reflexión y discusión que me dejó pensando y será el objeto del blog de la semana entrante.
Publicado: octubre 15 de 2018
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