Es sabido que el Banco Agrario fue utilizado durante el gobierno Santos como fortín político. Es sabido también que se arriesgaron 120 mil millones de los recursos para el campo, con la bendición del exministro Iragorri, para lanzarle un salvavidas a Navelena en medio del escándalo de corrupción.
El Banco incursionó en el negocio de compra de cartera y hoy tiene embolatados 19 mil millones en el fraude de Estraval, una operación que violó sus políticas y que, de lo puro ingenua, es muy sospechosa, pues un banco, y además público y de fomento para un sector sin recursos, no puede dejarse timar con la ilusión de extraordinarios rendimientos.
En medio de esa trampa de corrupción, politiquería y mermelada, el Banco Agrario olvidó su misión y su responsabilidad histórica con el campo, mientras esa Colombia olvidada era asolada por todas las violencias, incluida la peor de ellas: el abandono del Estado.
Es urgente recuperar la institucionalidad agropecuaria y es prioritario hacerlo con el Banco Agrario, pues la transformación del campo exige flujos crecientes de capital, un nicho que no le interesa a la opulenta banca privada, así como un canal eficiente para irrigarlos y convertirlos en progreso, en condiciones ajustadas a la realidad rural, sin amiguismos ni politiquería, con asistencia técnica y seguimiento a la inversión.
Gran reto para el nuevo presidente, Francisco José Mejía, quien encontró un banco con una caída en colocaciones de 320 mil millones a partir de 2017; un indicador de cartera vencida (7.9%), que dobla el promedio del sector (4.1%); gastos administrativos del 30.4% del margen de intermediación, también superiores al promedio (25.4%), y gastos de nómina con crecimientos del 16%; síntomas todos de clientelismo y derroche.
Son muchos las tareas, empezando por erradicar el clientelismo y la corrupción, para acatar luego la instrucción del presidente Duque, de orientarlo hacia los pequeños y medianos productores, sin desmedro del apoyo a la producción empresarial.
No puede ser que el Banco Agrario apenas intermedie el 11% de los créditos Finagro para medianos productores, la gran clase media rural que empuja la recuperación del campo; ni que financie el 95% de los destinados a pequeños productores, pero esa cifra se desinfle con el recordatorio del presidente a Francisco Mejía: “solo tres de cada diez pequeños productores pueden acceder a algo de crédito”.
Eso nos lleva a dos temas críticos: 1) Hay que facilitarle el acceso a los medianos, y 2) Hay que, por lo menos, doblar la bolsa de Finagro para los pequeños, lo cual es posible si se tapa o se controla el tubo de escape de las “inversiones sustitutivas”, por donde hoy se van los recursos del campo hacia sectores boyantes de la economía.
Necesitamos con urgencia el regreso del Banco Agrario al campo colombiano.
Publicado: octubre 17 de 2018
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