Debo empezar escribiendo que no vote la consulta anticorrupción. La razón, sencilla: un simple ejercicio de costo-beneficio resume mi decisión. No pensé que era el mecanismo apropiado, los exagerados costos que implicaba eran recursos que hacían falta para muchas políticas públicas del nuevo gobierno y especialmente destinado hacia el gasto público social. Por otra parte, ya existía una agenda legislativa juiciosa presentada que trataba las diversas preguntas.
Hemos participados en varios escenarios académicos explicando la relación que hay entre el cerebro y la corrupción. Este flagelo social hay que derrotarlo y es el anhelo de todos los colombianos hacerlo con urgencia manifiesta. Para identificar este clamor no se necesita consulta alguna. Siempre los asistentes a estos foros preguntan la fórmula para recuperar el control y la sanción social.
Para estimular las áreas cerebrales del control social, áreas pre frontales, necesitamos recuperar la escuela ética de la familia en la formación del ciudadano y esto se inicia desde la infancia. Así se construye el cerebro ético que en este tiempo anda perdido.
Hay que afianzar el sistema de recompensa- castigo y desde las neurociencias es un imperativo fisiológico restaurar la confianza y la majestad de la justicia. Cero impunidad y cárcel para los corruptos. Que mensaje tan peligroso para el cerebro en formación de nuestros adolescentes cuando les mostramos que todo se comercia incluyendo la responsabilidad que tenemos con la sociedad que robamos y lesionamos.
Devolver parte de la plata robada es negociar principios universales acuñados en nuestro desarrollo evolutivo cerebral como especie. No robar debe ser un delito de las mismas dimensiones en Sahagún, Bogotá, Nueva York y Singapur. Porqué la pena de muerte para figura pública corrupta acabó con esta plaga en esta potencia asiática (condición sine qua non: justicia transparente y pruebas irrefutables). El circuito de recompensa-castigo del colombiano hay que reactivarlo; cuando en nuestra corteza cerebral se fije el concepto que quien la hace la paga, empieza el renacer la insustituible sanción social. No será necesaria la pena de muerte de la que hablo Bolívar para los funcionarios públicos corruptos.
Por eso cobra actualidad las bases neurológicas de la procrastinación publicado recientemente. Dejar todo para última hora, irnos por lo marginal o tangencial engavetando lo esencial es la definición del término.
En el artículo en mención ( Schluter, Journal Psychological Science, August 2018), se describen las conexiones que hay entre la amígdala del lóbulo temporal y la corteza del cíngulo anterior deficientes . Deben ser estas vías unas autopistas 4G que permiten al individuo resolver los principales problemas y abolir la recompensa inmediata de lo no importante. El individuo procrastinador tiene conexiones débiles – cual estado de nuestras vías terciarias regionales – precarias y maltratadas por el invierno, que no le permiten tomar firmes decisiones. Es incapaz de resolver lo fundamental.
Tenemos estrategias para cambiar el comportamiento del cerebro y evitar que dilate los propósitos trascendentales. La mejor: fijar fecha límite para las tareas. Procrastinar la transparencia es un error mayúsculo social. Hay que darle urgencias a las medidas legislativas que nos faciliten erradicar la corrupción en Colombia. Es la peste que nos llevara a la inviabilidad como nación.
Publicado: septiembre 7 de 2018
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