El hecho de que el jefe de las Farc, alias Timocheno haya ido a la Casa de Nariño a atender una reunión en la que se trataron asuntos de la lucha contra la corrupción, no significa en absoluto que el uribismo haya dejado de considerar a ese delincuente como el terrorista, genocida y violador de niñas que es.
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Es claro que el gobierno no debió haberlo convocado, pero aquello no fue más que un error. El uribismo, desde siempre, ha defendido la desmovilización de miembros de grupos armados al margen de la ley, mas no la legitimación política de cabecillas del terrorismo, responsables de crímenes de lesa humanidad.
De hecho, esa fue una de las bases de la política de Seguridad Democrática. Durante el gobierno de Uribe, más de 52 mil integrantes de grupos ilegales, dejaron las armas y se sometieron a un proceso de reincorporación a la vida civil.
Que los alzados en armas dejen de delinquir y se integren a la sociedad, está muy bien, pero sin que medie la impunidad. La sociedad no puede tolerar que los causantes del sufrimiento del pueblo, no reciban castigo alguno, como efectivamente ha sucedido con las Farc.
Timochenko no puede seguir impune. Él, en ningún caso es ni puede ser tratado como un actor legítimo de la democracia. El pueblo lo repudia y ello quedó confirmado durante los pocos días en los que fungió como candidato presidencial.
Su imagen irrita, hiere, pero sobre todo maltrata a las víctimas. En vez de asistir a reuniones políticas que están reservadas para aquellos que han respetado los valores de la democracia y la libertad, debería estar compareciendo ante la justicia para responder por los múltiples crímenes que ha cometido.
Con todas sus letras, el cabecilla de las Farc es un vulgar terrorista que no merece ningún tipo de reconocimiento o interlocución. Su diálogo debe ser con los operadores judiciales ante los que tendrá que poner la cara, tarde o temprano.
Durante la campaña presidencial, el doctor Iván Duque fue claro respecto de la condición de Timochenko y demás cabecillas de las Farc. Es evidente que él es el presidente de todos los colombianos, pero ello no soslaya una verdad que resulta irrefutable: él llegó al poder gracias a un programa de gobierno por el que votaron más de 10.5 millones de ciudadanos.
Y ese programa de gobierno tenía especificado el tratamiento que debía dársele al proceso con las Farc y que el doctor Duque en su momento explicó de manera sencilla, pero contundente: ni trizas ni risas.
Así quiso decir que su propósito no era el de destrozar el proceso con las Farc, pero tampoco tenía la intención de convertirse en un gobernante complaciente, solícito y lambón con los terroristas. Y los colombianos pueden tener la certeza de que Iván Duque es, ante todo, una persona coherente que cumple su palabra.
Fue una falla haber permitido que Timochenko se hiciera presente en la sede del gobierno nacional, pues se pudo haber enviado un mensaje equivocado. Pero tampoco es prudente hacer lecturas exageradas y paranoicas que en nada se compadecen con la verdad. No hay duda ninguna de que Duque tiene claro qué son las Farc y cuál es el tratamiento que debe dárseles a los bandidos que integran esa banda delincuencial.
Publicado: agosto 31 de 2018
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