Echo mano del título de unas memorias algo intempestivas que publicó hace varios años Carlos Lleras de la Fuente, para referirme a la tempestad en un vaso de agua que ha desatado el valeroso y franco discurso que pronunció Ernesto Macías para dar posesión presidencial a Iván Duque
Macías dijo lo que millones de colombianos pensamos acerca del funesto legado de Juan Manuel Santos, que es preciso recibir con beneficio de inventario para que después no se diga que las dificultades en el manejo de la herencia que se le presenten a Iván Duque son obra suya y no de su predecesor.
Todo lo que dijo está respaldado en cifras oficiales y, a decir verdad, se quedó corto en el listado de estropicios que presentó.
Cierto es que no le reconoció méritos a Santos, como también lo es que para encontrarlos habría que valerse de una lupa gigantesca. De las muertes que este se ufana de haber evitado a raíz del NAF, y que habría que considerar dentro de los imponderables, cabe señalar que quizás se compensen con las que se vienen produciendo día a día por la acción de las bandas de facinerosos de toda índole que siguen asolando a Colombia, entre otras cosas, por la permisividad con que actuó respecto del narcotráfico. Nada más, dice la prensa hoy que en el Catatumbo, hoy convertido en un mar de coca, no ha habido erradicación alguna de cultivos de esa planta en los últimos años.
Para criticar a Macías han aparecido ahora estadistas, diplomáticos y moralistas que exhiben muy dudosas credenciales, pues censuran las verdades de su discurso, al tiempo que se guardan de reconocer que se la pasaron alabando las mentiras y las trampas de Santos.
No hay que olvidar que hace algún tiempo Ernesto Macías denunció ante la Corte Suprema de Justicia los posibles delitos en que se ha incurrido por obra del «Cartel de la Mermelada», denuncia que la corporación acumuló con otra que presentó Ricardo Cifuentes, de la Corporación Foro Ciudadano , y que ha dado lugar, según el diario «El Tiempo», a apertura de indagación preliminar contra un abultado número de congresistas.
Hace tiempos una cuña publicitaria decía «Pese y compare». Macías puso sus cartas sobre la mesa o, mejor dicho, sobre la balanza. Que los interesados en defender la obra de Santos hagan lo propio, para que la comunidad juzgue acerca de las razones de uno y otro lado.
Quienes censuran a Macías dizque por impertinente olvidan que la política no suele ser escenario propicio para los juegos florales, pues la controversia hace parte de su propia naturaleza. Por supuesto que hay reglas para llevarla a cabo, pero las mismas no imponen la engañosa cortesía con que ahora se pretende eludir el debate franco y a fondo sobre la administración Santos.
Algunos críticos tocados de histeria y paranoia andan diciendo que se mueren de miedo por el odio y el ánimo vindicativo que según ellos destila el discurso de Macías. Son muchos de ellos los mismos que han envenenado el ambiente con su enfermiza hostilidad contra el expresidente y hoy senador Uribe Vélez y el Centro Democrático.
Pueden estar ellos tranquilos, pues el presidente Duque es hombre de profunda raigambre liberal, a diferencia del arbitrario Santos. Además, no cuenta como este con fiscales de bolsillo dispuestos a hacer montajes como el del «hácker» que arruinó el esperado triunfo de Oscar Iván Zuluaga en las elecciones de 2014, ni es persona propicia a conchabarse con magistrados, periodistas y otras yerbas para perseguir a sus contradictores, tal como lo ha sugerido de Santos el comunicador Gustavo Rugeles.
El presidente Duque ha invitado a ponerse de acuerdo sobre los graves problemas nos abruman en la hora presente. Piénsese lo que se quiera sobre las ejecutorias del gobierno anterior, hay situaciones sobre la que se hace menester que se actúe con decisión para que no se tornen inmanejables más adelante.
Que el narcotráfico es abrumador, ¿quién podría ponerlo en duda? Que hay que afrontarlo resueltamente, ¿cómo negarlo? Que lo que al respecto se acordó con las Farc en el pernicioso y abyecto NAF no soluciona el problema y ni siquiera le ofrece alivio, ¿es verdadero o falso?
Lo mismo habrá que plantear cuando se encare el drama de la ruinosa situación fiscal que nos deja Santos y hace imposible el cumplimiento de las pródigas concesiones que se hicieron a las Farc. Y a medida que se vaya viendo que la JEP y la Comisión de la Verdad no son instrumentos de justicia ni de esclarecimiento cabal de los hechos, sino de retaliación y mentira en beneficio de esa antigua organización subversiva, habrá que buscar el modo de ajustarlos tratando de evitar más rupturas de un ordenamiento institucional que Santos dejó hecho trizas.
La exigua votación que lograron las Farc en las pasadas elecciones evidencia que los privilegios que se les otorgaron para hacer de ellas un partido hegemónico carecen de toda justificación y dificultan severamente el logro de una paz estable y bien cimentada.
El Centro Democrático no anda con sed de sangre, como lo anuncian unos despistados, sino de justicia para con las víctimas y, en suma, con el pueblo colombiano. Es un partido legalista que surgió en muy buena medida de la entraña liberal. Anhela la paz, pero no al precio de la ominosa sujeción de nuestras gentes a la coyunda de una secta totalitaria y liberticida cuya consolidación nos pondría ad portas de algo similar a lo que está padeciendo el sufrido pueblo venezolano.
Nuestra ciudadanía no quiere que se masacre a los seguidores y compañeros de ruta de las Farc, pero tampoco acepta que se les allane el camino para hacer ingobernable el país con unas gabelas desmedidas.
El presidente Duque les ha tendido la mano. Si rechazan la posibilidad de explorar ajustes al NAF, habrá que convocar de nuevo al pueblo para que reafirme que no las apoya ni las quiere.
Publicado: agosto 15 de 2018
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