La lealtad de Iván Duque a las ideas del Centro Democrático y a la persona de Álvaro Uribe está más que probada. El nuevo presidente es un hombre disciplinado y fiel a su partido. Gracias a su estupenda gestión en el Congreso de la República, Duque fue uno de los responsables de la consolidación del CD como el partido más importante, influyente, serio y estudioso de nuestra democracia.
Se ciñó a las reglas establecidas por la colectividad para la designación de su candidato presidencial y a lo largo de la campaña –extensa por demás-, planteó un programa de gobierno que se ajusta plenamente a los principios uribistas.
El presidente de la República tiene derecho a su autonomía y su fuero de gobernante debe ser respetado. En este caso, Duque ha ido configurando su equipo de trabajo con un criterio eminentemente técnico. Con ese perfil de personas, él cree que podrá poner en marcha su plan de gobierno y obtener resultados positivos en el corto y mediano plazo.
El grueso de sus ministros son personas sin trayectoria en el escenario político, pero con unas hojas de vida maravillosas. Gracias a su preparación académica y a su trayectoria en el sector privado, los ministros de Duque seguramente harán una gestión trascendental.
Ahora bien: muchos ministerios, por su propia naturaleza, son entidades con un gran componente técnico. Aquello es cierto, pero no menos lo es que la línea de acción que deben seguir aquellos funcionarios es eminentemente política.
Todos los seres humanos tienen alguna ideología política. Eso de que un tecnócrata se guía única y exclusivamente por su conocimiento científico no aplica en la función pública. Así las cosas, como un gesto de honestidad y transparencia con lo sociedad, aquellas personas que por una u otra razón no comparten los principios doctrinarios del gobierno que los llama, deben tener la gallardía de declinar la invitación. Eso se llama coherencia.
No es culpa del presidente Duque haber pensado en personas como el cuestionado Víctor Saavedra como viceministro de Vivienda. Seguramente su preparación académica y su conocimiento de ciertas áreas estimularon la percepción de que ese individuo se desenvolverá con éxito en el gobierno.
Pero es él, Saavedra, quien no debió aceptar el ofrecimiento habida cuenta de su evidente ira, resentimiento y, por qué no, odio hacia el uribismo, corriente ideológica en la que milita el presidente de República y que es guía fundamental del gobierno que está comenzando.
En los cargos clave de la administración, sobre el interés personal de tener un empleo, prima el interés de la sociedad. Saavedra podrá ser muy buen profesional como aseguran en el alto gobierno, pero su desempeño se verá empañado por cuenta de que le corresponderá ejercer su función guiado por un programa de gobierno que se ha nutrido por unas ideas políticas que él no comparte.
Duque es un presidente leal a su partido y en consecuencia, su colectividad debe observar absoluta reciprocidad hacia el primer mandatario. Por supuesto que puede haber discrepancias y diferencias, pero éstas, en ningún caso, deben ser tramitadas a través de las redes sociales. Así como Duque está obligado a respetar al partido que lo llevó al poder, los parlamentarios y dirigentes de la colectividad tienen que exhibir actitud similar frente al primer mandatario, quien además de ser el jefe natural del partido, es el jefe de Estado y de Gobierno.
Hasta ahora comienza el gobierno, se están haciendo los primeros nombramientos y los funcionarios no han empezado a ejercer en forma. Hay que permitirles actuar y dejarlos que muestren sus habilidades. A los colombianos que defienden la libertad y la democracia, les corresponde rodear a este gobierno, porque un fracaso de Duque significará, indefectiblemente, la llegada al poder dentro de 4 años de la izquierda intolerante, dogmática, corrupta y antidemocrática que representa el exterrorista Gustavo Petro.
Publicado: agosto 13 de 2018
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