Con una modestia desconocida, el expresidente Juan Manuel Santos salió de la Casa Presidencial, con el aplauso del 22% de la ciudadanía, porque el resto, 78%, le dio la espalda y dedicó el día 7 de agosto, a ver el relevo de mando. La Plaza de Bolívar contenía cinco mil personas que asistían a un evento de magnitud para los colombianos: el Congreso compuesto por las dos cámaras, Senado y Cámara de Representantes, en sesión ordinaria y abierta, dio posesión al nuevo Presidente de la República, Iván Duque Márquez y este juramentó a Marta Lucía Ramírez como Vicepresidenta. La atmósfera de acto tuvo dos elementos de impacto: el reconocimiento y apoyo a las Fuerzas Armadas y a la policía. Y un derrame de fiesta con la música y los grupos de baile que se cruzaban con los asistentes, cumbia, porro y bambuco incluídos.
El punto central serán los discursos del Presidente del Senado y del Congreso, Ernesto Macías, y el del nuevo Jefe del Estado, Iván Duque. La intervención del senador Macías abrió el telón del oscuro escenario del gobierno saliente, al dar a conocer los datos del desastre político y administrativo del gobierno santista. Con datos oficiales, obtenidos mediante derechos de petición, Macías puso en la escena los graves problemas que hereda el Presidente Duque de un gobierno despilfarrador, que deja comprometida la nación con millonarios compromisos financieros mediante futuras vigencias fiscales, el monto de la deuda externa que hipoteca los recaudos y pone a la nueva administración en condiciones de restringir la inversión social, el déficit fiscal de billones de pesos, los enormes gastos que demanda la reinserción de las Farc pactada a 15 años, el sostenimiento del aparato judicial paralelo de la JEP y un largo etcétera que el país escuchó, con asombro y encono. Macías, contra la niebla espesa del “tapen, tapen” y las argucias mediáticas para consolidar el olvido de la corrupción oficial, que evidencia, además, la parálisis ética de la Fiscalía, puso sobre la mesa los elementos de juicio que el país no puede dejar escapar ni desaparecer, como si la capa mágica de Mandrake cubriera lo denunciado, dándole el tono y el modo de su no existencia. Mandrake, el mago, fue un personaje de fantasía con su sombrero de copa, su bocito pulido y la capa negra que le permitía desaparecer a sus perseguidores y hasta él mismo. Ficciones de los comics que no podemos invocar para que al cabo de unos días, los medios y algunos beneficiados del santismo, nos hagan creer que aquí no ha pasado nada. Y si pasó.
Existe una porción de colombianos de buena fe que prefieren no hablar del próximo pasado dizque para no polarizar a la población. Nos han lavado el carácter convirtiéndonos en una especie de hombres temerosos y mujeres con ataques nerviosos que le huimos al debate civilizado, argumentativo. Las formas de comunicación actuales, gracias a la tecnología y las redes, forman “guapos” anónimos y jóvenes huecos que saben leer el monitor, mas no saben firmar. Alienan, secan el carácter. De ahí el miedo a la verdad.
Para completar el cuadro de la Plaza de Bolívar en comento, el Presidente Duque dio una cátedra de patriotismo ilustrado, una cartilla de estadista que no pueden ignorar los ciudadanos del común. Fijó las líneas contra los criminales disfrazados de bondad política y altruismo. Marcó fronteras ideológicas y territoriales y señaló que la democracia tiene principios no transables. Ambos discursos no se contradicen. Se complementan. Como reza el dicho popular: a quien no le gusta el caldo, que le sirvan dos tazas.
El mamertismo, que es la tapa superior del socialismo chavista, se niega a mirar hoy lo que acompañó hasta el ayer el día 6 de agosto, “no más hace unas horas”. Eso dijo un filósofo mexicano llamado Cantinflas. Da tristeza de una importante zona humana colombiana que ha perdido su capacidad crítica sobre los resultados de un gobierno tan gris como el cielo londinense. Y no sabemos si existe tratado de extradición con Gran Bretaña.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: agosto 14 de 2018