Para gran parte de la sociedad colombiana, el gabinete seleccionado por el presidente Iván Duque (y que habrá de acompañarlo en la titánica tarea de reconstruir esta desvencijada nación que nos heredan Santos y sus “amigos enmermelados”) ha resultado de buen recibo, por el perfil técnico de la mayoría de quienes lo integrarán. Para el sector, político, puntualmente en el interior de los distintos partidos que apoyaron la candidatura del hoy presidente electo, la noticia no fue muy grata. Muchas personas que literalmente “sudaron la camiseta” están por fuera de esa “guardia pretoriana” que gobernará al lado del primer mandatario. La inconformidad ha hecho carrera; pero una cosa es lo que quiere la gente, y otra muy distinta, el “ajedrez” que tiene en la cabeza el presidente, para sacar al país del pozo profundo en el que se encuentra postrado.
Si más de 10 millones de colombianos creímos en Duque para dirigir los destinos de la Patria en momentos tan aciagos, es hora de darle otro irrestricto voto de confianza, en lo que tiene que ver con la escogencia de su equipo de trabajo. Es así de sencillo: Duque es el presidente, el líder, y tenemos la obligación patriótica y moral de confiar en su criterio y buen juicio. De hecho, eso es lo que diferencia a un verdadero líder del resto de los mortales: la visión distinta y especial que aquel pueda tener sobre la democracia, las instituciones y el manejo de la cosa pública. Si Álvaro Uribe, que fue el gestor y principal promotor del triunfo de Duque, en un acto de grandeza ha decidido apartarse de cualquier asunto burocrático, enfatizando en que ahora el timonel del Estado es Duque, ¿por qué razón habrían de molestarse por las decisiones del presidente otros ciudadanos que no fueron tan determinantes como el expresidente Uribe?
Duque recibe un país quebrado, en el que la economía está gravemente desacelerada, en el que hace más de 3 años no se crea empleo de calidad, endeudado hasta el cogote por el derroche sin límites de una administración irresponsable, además de la desmoralización de sus gentes a causa de la corrupción rampante y la exacerbación de la violencia en las regiones, cuyo combustible son los cultivos ilícitos, que han alcanzado (como nunca antes) dimensiones bíblicas. ¿A quién le pasará factura la historia si el gobierno de Duque fracasa?, pues al él y al país, que verá, impotente, cómo se entroniza la izquierda, si esta ilusión se frustra. En consecuencia, es Iván Duque quien lleva la carga más pesada sobre sus hombros. Ese hecho, aunado a la majestad y la autonomía presidencial, lo faculta para nombrar a quien le venga en gana.
Ahora bien: no pretendo desconocer el esfuerzo de tanta gente que ayudó a que el barco llegara a buen puerto, ni más faltaba; simplemente creo que todas esas personas deben demostrarle al presidente que su compromiso es ideológico frente a una visión de país y no politiquero y de ocasión: Los altos intereses de la República están por encima de las apetencias y las vanidades personales. Estoy seguro de que el presidente Duque no dejará por fuera de esta justa histórica a quienes pusieron el pecho por él; pero la participación, la forma y el momento en que tal circunstancia opere dependen única y exclusivamente del fuero del primer mandatario, y así debe entenderse.
Duque es el que es: así lo expresó contundentemente el constituyente primario. Nadie puede negar la coherencia del presidente electo: prometió un gabinete despolitizado y ha cumplido a cabalidad.
La ñapa I: El Gobierno y la izquierda se ufanan de que el Hospital Militar no alberga heridos. ¡Cómo pretenden que los haya, si la tropa está acuartelada por orden de Santos y su caricaturesco ministro de defensa, con el objeto de presentar una falsa sensación de no violencia! Mientras los soldados están recogidos, la criminalidad se apodera de las regiones y causa estragos. ¡Qué dolor de Patria!
La ñapa II: “Lógica mamerta”: ofendidos porque me defendí con vehemencia de las acusaciones infames y sinuosas que hizo en mi contra Ariel Ávila: como hombre y padre no puedo aceptar tamaña afrenta. Estoy en el derecho de defender mi honra. Esos mismos que me señalan están dichosos por la llegada al Congreso de 10 asesinos de las Farc, que tienen más muertos que votos. Nunca amenacé ni le hurté el celular a Ávila: esa es una de tantas mentiras a las que está acostumbrado ese exitoso contratista de Santos, para posar de víctima y acomodar los hechos a sus intereses. ¡Cuánta hipocresía!: los mamertos insultan en privado hasta a su propia sombra; sin embargo, yo soy el diablo, por decir imbécil en público. Lo que le duele, en realidad, a la ralea que representa Ávila, es que les digo la verdad en la cara, sin tapujos, cada vez que se presenta la oportunidad. Seguiré defendiendo a la democracia del cáncer de la izquierda radical: nada ni nadie me intimidan: la Patria bien vale el sacrificio.
La ñapa III: Mamertos, ¿y ahora quien es el troglodita? Dejen de utilizar con fines políticos a ese viejo loco y vulgar de Mockus. La Procuraduría General debe actuar sin dilaciones: el “Faro Moral” del país incurrió con su comportamiento impresentable en una clarísima falta disciplinaria.
La ñapa IV: Este artículo volverá el 19 de agosto; motivo: vacaciones.
Publicado: julio 22 de 2018
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