Es tiempo del mundial; todos los ojos están puestos en quién ganará la Copa FIFA en Rusia. Los países se paralizan esos 90 minutos y la alegría o frustración colectiva modulan los ánimos regionales. Es un buen bálsamo social, nos gozamos estos días de renovadas esperanzas nacionales. Termina el partido y regresamos a la cruda realidad. Los problemas que estaban en la banca ingresan al juego de la vida y nos toca enfrentarnos a nuestros rivales sociales.
Veamos este, por ejemplo. El DANE en su último informe publicó los resultados del PIB/per cápita/departamental (Meisel Adolfo: “calidad de vida de sus habitantes”) y no me sorprendió que Córdoba ocupara el último lugar. Choco, Vaupés y Sucre nos superan.
Mirar con tristeza estos resultados es un imperativo regional. Córdoba es un departamento que tiene tantas riquezas naturales que resulta inaceptable esa cifra. Una cuenca hídrica privilegiada y unos valles que recorren los ríos Sinú y San Jorge. Una costa que mira el Caribe, mayor de 100 kilómetros, esperando el banderazo para la exportación. Unos recursos mineros inagotables cuyas regalías solo han dejado contaminación y pobreza a los pueblos vecinos. Un potencial agroindustrial ilimitado y una ganadería que solo por iniciativa privada apenas se está inseminando con las bondades de la ingeniería genética.
Resulta paradójico, tenemos el valle clasificado como entre los más fértiles en el mundo y es donde vive la gente más pobre de Colombia. Hay una cuota de responsabilidad de todos y no es el azar el culpable de estas cifras.
Se ha demostrado la afinidad que hay entre la pobreza y la corrupción. Los países más pobres del mundo son los de mayor índice de corrupción (Somalia, Haití, Afganistán). Es que como si este comején comportamental debilitara la institucionalidad de la justicia y aumentara la impunidad que es el estímulo para que los recursos públicos se pierdan.
Cada vez que el país escucha la aparición de un cartel, automáticamente, lo ubica en Córdoba y no en vano es ésta transferencia geográfica. El paredón de la vergüenza lo llenan los carteles de la hemofilia, del bastón, Down, SIDA, alimentación escolar, reforestación, educación, deporte, cultura etc. No existe un área dentro de la estructura de la región que no haya sido tocada por esta plaga.
Por eso no debemos extrañarnos que haya una relación muy estrecha entre la corrupción y la pobreza. Cuantos puntos del PIB per cápita departamental se han desviado y están en los bolsillos de estos irresponsables -vampiros sociales- que han anemizado la productividad y el bienestar del departamento.
De los recientes términos acuñados hay uno bien interesante; se describe como aporofobia (Adela Cortina, 1990) y tiene profundas repercusiones sociales. Es la hostilidad, aversión o rechazo hacia los pobres. Agregaría, además: indiferencia.
Nuestra dirigencia política tiene la mayor responsabilidad en esta situación regional: han conjugado siempre el bienestar individual por encima del interés colectivo. Han jugado con unos resultados en donde el marcador social y sus indicadores económicos son desfavorables: perdieron el partido de la oportunidad. Su estrategia refleja un comportamiento aporofóbico.
Una región con este PIB per cápita/departamental, con más del 50% de necesidades básicas insatisfechas, unas cifras de desnutrición rural vergonzosas y unas comunidades aisladas por falta de vías terciarias esta socialmente aniquilada y su viabilidad en entredicho. Los saltos al vacío nacen del desespero y la desesperanza. Es hora que nos sacudamos y empecemos con un liderazgo renovado, impregnado de estricto control fiscal y rígida sanción social, a construir nuestro futuro. Este presente nos lastima. La conocida despedida del ganadero:” vivió como pobre y lo entierran como rico” es una ironía cuando se compara con “tierra rica donde habitan ciudadanos pobres.”
Publicado: julio 16 de 2018
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