La semana pasada, las víctimas de las Farc fueron objeto de una de las peores agresiones imaginables, con ocasión de la audiencia que tuvo lugar en las instalaciones de la JEP, en la que se imputarían los delitos de secuestro a los cabecillas de la banda terrorista de las Farc.
En cualquier tribunal del planeta, los responsables de crímenes atroces acuden ante la administración de justicia reducidos y si es posible esposados.
Se trata de personas peligrosas que han infringido las leyes, dejando a su paso una estela de dolor y sufrimiento, como es el caso de los jefes de la banda criminal de las Farc.
Santos les diseñó un tribunal de justicia que les garantiza la impunidad, pero los beneficiarios, por lo menos, debieron guardar las apariencias observando un mínimo de respeto hacia sus víctimas.
La imagen del mafioso alias Timochenko, ingresando a la sala de audiencias de la JEP con el puño en alto, sonriente y lanzando arengas alusivas a las Farc, será icónica. La muestra del cinismo de los carniceros de esa guerrilla que no muestran el más mínimo asomo de arrepentimiento por sus actos de barbarie, servirá para mostrarle al mundo el nivel de sadismo de esos individuos y la iniquidad rampante que refleja la ilegítima jurisdicción especial de paz, JEP.
Cuando se estableció el tribunal de Nuremberg –primera experiencia de justicia internacional para castigar a los criminales de guerra-, los jerarcas del partido nacionalsocialista que fueron conducidos al banquillo de los acusados, eran tratados con la severidad que merecen personas que violaron sistemáticamente los derechos humanos.
Décadas después, en enero de 2002, en La Haya se instaló un tribunal especial para juzgar los crímenes de guerra ordenados por el genocida serbio Slobodan Mološević. El reo fue tratado como tal. Se le dio un trato digno, pero severo. En cambio, La JEP les da un tratamiento meloso y complaciente a los terroristas de las Farc, lo cual es absolutamente inaceptable.
A las personas con las que se hace la paz, claramente se les debe hacer saber que tienen deudas por pagar con la sociedad a la que ofendieron y un juez imparcial debe hacer respetar el dolor de las víctimas.
Así las cosas, resulta aún más bellaco que los jueces de la JEP hubieran permitido que el genocida Timochenko hiciera alarde de sus delitos, que el propio comportamiento de ese villano. Nadie puede esperar menos de un sujeto de su sucia calaña, un hombre que inundó al país con la sangre de personas inermes, que secuestró y violó niñas y traficó miles de toneladas de cocaína hacia los Estados Unidos.
En el gobierno de Uribe, los jefes de las AUC fueron confinados en cárceles de máxima seguridad. Sus líderes, una vez se comprobó que seguían delinquiendo, terminaron en un avión de la DEA con destino hacia los Estados Unidos, país en el que fueron condenados a largos años de prisión por los delitos cometidos.
Santos, que es un mentiroso irremediable, le dijo al país que en su acuerdo con los bandidos de las Farc, las víctimas serían el eje central. En su primera aparición ante la JEP, quedó probado que aquello no es cierto. Las Farc observaron una agresiva actitud de desprecio hacia las personas que ellos hicieron sufrir en los campos de concentración a los que llevaban a los secuestrados.
La impunidad es generadora de nuevas expresiones de violencia. Las Farc no pueden seguir por la vida, como si acá nada hubiera sucedido. Se requiere, para efectos de hacer sostenible el acuerdo de paz, que los victimarios sean tratados con rigurosidad y que las autoridades se comprometan a impedir que se burlen en la cara de sus víctimas.
Publicado: julio 16 de 2018
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