Iván Duque y Marta Lucía Ramírez son los nuevos presidente y vicepresidente de Colombia. ¿Por qué? Varias razones.
Una, Iván y Marta Lucía son muy buenos candidatos. Serios, disciplinados, estudiosos, trabajadores, sin una mancha de corrupción ni un pasado para esconder, conocedores del país y con liderazgo y una propuesta de gobierno sensata y sostenible.
Dos, el mecanismo de selección del candidato del Centro Democrático. Primero, el sistema de foros que implementó el partido nos obligó a los precandidatos a recorrer todo el país y a oir a los ciudadanos en las regiones, a estudiar los grandes problemas nacionales y construir propuestas de solución, y a debatir entre nosotros en los más distintos escenarios y las más diversas reglas de juego. El impecable desempeño de Iván en los debates televisivos es un reflejo claro. Segundo, el juego de las encuestas internas centró la atención de la opinión pública en la escogencia del candidato y aumentó su visibilidad y reconocimiento.
Tres, la gran alianza por Colombia. Está claro que hoy ningún partido político está en capacidad de ganar solo unas elecciones presidenciales. Las alianzas son indispensables. Apostar por la consulta del 11 de marzo, además, consolidó la unión con las bases conservadoras e hizo crecer la favorabilidad tanto de Iván como de Marta Lucía. La alianza se amplió después de la primera vuelta y hoy arropa ciudadanos de los más distintos partidos, desde verdes hasta liberales. Preservar esa alianza hacia futuro es una necesidad. La política se está moviendo hacia dos polos, uno de izquierda que saldrá muy fortalecido en estas elecciones y que rompió el techo histórico de esa corriente, y uno de centro derecha que urge para contener la amenaza populista y gobernar con visión estratégica y metas de mediano y largo plazo. Hay que trabajar en la gobernabilidad en el Congreso, sin mermelada, en planear las elecciones territoriales del próximo año, y en hacer la mejor gestión gubernamental posible. El nuevo gobierno no puede ser bueno: debe ser excelente.
Cuarto, el fracaso de las maquinarias. No se mueven sino por sus propios intereses y cuando se arropan en un candidato con posibilidades reales de ganar, candidato que no tuvieron en Vargas Lleras.
Quinto, que el triunfo del NO en el plebiscito dejó enseñanzas políticas que aprendió el Centro Democrático: que no hay imposibles; que es posible ganar contra el establecimiento y los partidos políticos y sin gobernaciones o alcaldías; que los medios tradicionales no son indispensables y que hoy las redes sociales son un mecanismo fundamental para la política; que se puede hacer política con austeridad y sin sumas multimillonarias; que lo fundamental está en un buen candidato y en programas e ideas serias y bien formuladas.
Sexto, el rechazo a Santos y su gestión. Gran perdedor de esta contienda, todos sus candidatos fueron derrotados: De la Calle y Vargas Lleras en primera y ahora Petro en la segunda. Lo que toca Santos, lo pudre. ¿Qué vendrá para Santos? Confiemos en que no le den permiso para salir del país mientras que lo sabemos.
Séptimo, el miedo a Petro. Por mucho que se comportó como un camaleón entre primera y segunda vuelta y donde dijo a ahora dice b, no fue suficiente para engañar a las mayorías. De Petro no asusta tanto su pasado violento y autoritario, que haya estado dispuesto a asesinar a quienes no piensan como él, sino la combinación de sus asesorías a Chávez y su defensa a lo que él mismo llamó “neopopulismo”, su pésima gestión como alcalde de Bogotá, su clientelismo, su desprecio por las instituciones, su propuesta económica socialista, su personalidad megalómana y autoritaria, y su discurso de odio y lucha de clases.
¿Qué viene ahora? La responsabilidad histórica de hacer un gobierno formidable que, además del desarrollo de su programa, trabaje a fondo en resolver las principales preocupaciones de quienes votaron por Petro: la pobreza, bajo cuya línea aun viven un 28% de colombianos, y la corrupción, una lacra que nos está carcomiendo.
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