El respeto y la cortesía indican que en las controversias y diferencias políticas, las esposas de los protagonistas de las mismas, no sean involucradas en las discusiones. Aquella norma se rompió de forma inadmisible cuando los enemigos del presidente Uribe tuvieron la desfachatez de meterse con su esposa, doña Lina Moreno, una mujer prudente y de bajo perfil que rehúye la discusión política y los pulsos por el poder.
En el caso de Santos, desafortunadamente su esposa, María Clemencia de Santos se ha visto en el ojo del huracán por cuenta de una grave denuncia hecha por el exalcalde de un municipio productor de esmeraldas del occidente de Boyacá según la cual, una familia involucrada en actividades ilícitas le obsequiaron un aderezo de esmeraldas.
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No ha pasado un mes desde esa explosiva declaración del exalcalde que en los próximos días será extraditado hacia los Estados Unidos y el nombre de la primera dama de la nación vuelve a aparecer en un nuevo escándalo, esta vez relacionado con el corrupto encarcelado Roberto Prieto.
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Según ha revelado la fiscalía general de la nación, cuando ese ente empezó a investigar a Prieto por el caso Odebrecht y los demás hechos de corrupción en los que se involucró de manera directa y decidida, la primera dama lo llamó en repetidas ocasiones.
Que la señora Rodríguez de Santos quiera ser amiga de un ladrón, es un asunto privado que tiene cuestionamientos éticos, mas no penales. Pero lo delicado es que ella, tal y como consta en una intervención telefónica, le haya asegurado a Prieto que, ante las investigaciones que se estaban adelantando, estaba “frente al cañón”.
Aquella es una forma sutil de dar a entender que se estaba involucrando en el caso. ¿Qué tiene que hacer la primera dama en una investigación sobre casos de corrupción que involucran la financiación de las campañas presidenciales de Juan Manuel Santos?
Es evidente que la captura de Prieto pone en grave riesgo a Santos, pues no es descabellado pensar que quien fuera su compinche y mano derecha, en medio de las dificultades del encierro, resuelva contar todo y delatar, precisamente, al presidente de la República.
Acá nadie puede llamarse a engaños: si Prieto financió ilícitamente las campañas de 2010 y 2014, lo hizo en coordinación con el beneficiario de ese delito, el hoy presidente Juan Manuel Santos Calderón.
Así mismo, debe establecerse si Santos estaba enterado de los pormenores de las actividades de Prieto, quien al parecer cobraba multimillonarias comisiones para favorecer los intereses de poderosas empresas de infraestructura. Si es así, ¿esos dineros fueron a parar a las cuentas bancarias de otras personas distintas a Roberto Prieto? ¿En esos tejemanejes corruptos tuvo alguna participación el hijo mayor del presidente, Martín Santos Rodríguez? ¿Por qué tanto interés de la primera dama en ese caso?
Son unos pocos interrogantes que seguramente serán absueltos en el transcurso de la investigación, sobre todo a partir del momento en que empiecen a conocerse los testimonios de otras personas que están en la mira de la fiscalía y que seguramente serán llevadas a prisión en las próximas semanas.
Lo cierto es que resulta inaceptable que la esposa del presidente de la República haya estado “frente al cañón”, en la defensa de un corrupto inescrupuloso. No hay que olvidar que Roberto Prieto, además de haber recibido millones de dólares de Odebrecht, fue el articulador de la operación de corrupción más grande que se haya conocido en nuestro país, cuando irrigó miles de millones de pesos fruto de la corrupción en la campaña de reelección de Juan Manuel Santos, en 2014.
Por el bien de este caso, debe establecerse en el término de la distancia qué gestiones hizo la primera dama a favor de su amigo Prieto y si, valiéndose de su condición, intentó entorpecer la investigación que se adelantaba en contra de ese corrupto que hoy se encuentra a buen recaudo de la justicia de nuestro país.
Publicado: junio 5 de 2018
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