Santos cuenta los minutos para culminar su fallido gobierno y largarse de la Casa de Nariño, lugar al que nunca debió llegar.
Tan pronto se posesionó, apoyado por el oscuro comisionista y corruptor Juan Mesa Zuleta, Santos compró a buena parte de los medios tradicionales del país, con el objetivo de que éstos fabricaran una imagen suya absolutamente desprendida de la realidad.
La revista Semana, dirigida por un sobrino del presidente de la República, llegó a un extremo inaudito de lambonería: hizo una carátula en la que declaraba a Santos como un líder regional.
El paso del tiempo se encargó de demostrar que el gobernante de los colombianos es un sujeto mentiroso, tramposo, desleal, fantoche y superficial, características que en nada se parecen a los de los verdaderos líderes.
Logró configurar una coalición mayoritaria en el Congreso, la cual se movía por dos causas fundamentales: la denominada mermelada y el odio que algunos sectores radicales profesan por el uribismo. No hubo una sola idea que hiciera que el santismo existiera.
Lo de Juan Manuel Santos no son las doctrinas políticas, sino los acuerdos mezquinos para lograr sus objetivos. Él, en vez de debatir y convencer, soborna. A quienes no le marcharon, les montó agresivas persecuciones, gracias a que la justicia estuvo dominada por él, cuando la corte suprema de justicia era gobernada por el corrupto Leonidas Bustos y la fiscalía por el dúo macabro integrado por Eduardo Montealegre Lynett y Jorge Fernando Perdomo Torres.
Los empresarios que no eran del agrado de Santos, también fueron agobiados a través de la policía política en que fue convertida la superintendencia de Industria y Comercio, liderada por el muy cuestionado Pablo Felipe Robledo Del Castillo.
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Santos estaba firmemente convencido de que se saldría con la suya. Que el Nobel de Paz limpiaría todos sus abusos y desmanes, que la coalición ficticia que armó tendría el músculo para imponer a un presidente que le diera continuidad a su farsa llamada proceso de paz con la banda terrorista de las Farc.
Tampoco imaginó que se fueran a descubrir las ilicitudes cometidas en la financiación de sus campañas políticas de 2010 y 2014. Es tan traicionero, que hasta le dio la espalda a su viejo amigo y compinche, Roberto Prieto.
Cuando estalló el escándalo de Odebrecht y el país supo que las dos campañas de Santos habían recibido dineros de esa empresa brasilera, el presidente se limitó a decir que Prieto lo había traicionado. Así como Ernesto Samper tiró a Fernando Botero al foso de los leones hambrientos, Santos hizo lo propio con su mejor amigo.
Desde entonces, el propio Prieto empezó a definirse a si mismo como “un leproso”, dando a entender que nadie en el alto gobierno, empezando por el primer mandatario, quería acercársele.
Hoy, Roberto Prieto, otrora hombre fuerte del régimen, duerme en un gélido calabozo de la cárcel Modelo de Bogotá. De resultar condenado pasará más de 15 años tras las rejas.
Muchos se preguntan si quien fuera la persona de confianza de Juan Manuel Santos y cercano amigo de su esposa, la señora Rodríguez, se inmolará por la familia presidencial, permitiendo que la justicia lo condene sin él contar los detalles de los delitos cometidos por Santos y los suyos.
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La fiscalía ha dicho que tiene en su poder más de 250 interceptaciones telefónicas a Roberto Prieto. Hasta ahora no se han conocido más de 5 y el contenido de las mismas ha resultado francamente espeluznante. En una de ellas, la propia esposa de Santos le dice que “está al pie del cañón” en relación con la investigación que se adelanta en su contra.
Si Prieto rompe su silencio, no solo caerá Juan Manuel Santos, sino que detrás de él se va su familia, particularmente su hijo Martín Santos quien temprano o tarde deberá dar explicaciones sobre los dineros que manejó a través de la fundación Buen Gobierno y si tuvo alguna participación en multimillonarios contratos relacionados con el proceso de paz adelantado con la banda terrorista de las Farc.
No se vislumbra un panorama favorable para Santos por fuera de la presidencia. Los delitos cometidos durante su gobierno, son fantasmas que lo empezarán a perseguir desde antes de la culminación del mismo. Todo es cuestión de tiempo. Basta con que el corrupto Roberto Prieto comience a hablar, para registrar el derrumbamiento de la estantería presidencial.
Publicado: junio 8 de 2018
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