A nuestra sociedad la asecha una amenaza silenciosa: la violencia intrafamiliar, una tragedia que afecta a miles de hogares colombianos, sin distingo alguno. Al margen del estrato social o de la condición económica, la violencia contra la mujer y los niños ha crecido de forma preocupante en los últimos años.
No este un asunto que se deba limitar a la publicación de unas cifras, las cuales son solamente relevantes para elaborar diagnósticos. Necesitamos urgentemente la realización de un pacto ciudadano que conduzca a la creación de una política pública de Estado para la prevención y el castigo eficaz de los casos de violencia intrafamiliar.
Desde todos los ámbitos debe haber un compromiso de cero tolerancia hacia los actos de violencia de género y las agresiones contra los niños. De las casi 77 mil personas que el año pasado fueron víctimas de violencia intrafamiliar, 10200 fueron menores de edad.
Un niño maltratado, agredido, violado y vilipendiado, será un adulto con traumas y resentimientos. La base para una mejor sociedad es el amor y el respeto por los menores.
Debemos evolucionar como sociedad. Los errores y las faltas que cometen los niños tienen que ser sancionados con castigos que en ningún caso impliquen violencia psicológica, sexual o física. Así no solo no se soluciona el problema, sino que se está enervando uno mayor que tendrá efectos permanentes.
La impunidad alienta la reincidencia. Aquel que agrede a una mujer o a un niño y no es castigado como corresponde por la justicia, generalmente repite. Así lo ha podido certificar la fiscalía general de la nación que maneja una cifra que me parece alarmante: el 36% de las personas que propiciaron algún acto de violencia intrafamiliar, eran reincidentes.
La violencia de género es un asunto que merece muchísima atención, por su complejidad. No hay una fórmula mágica para controlar este peligroso fenómeno. Hace poco, leí un informe que llamó mi atención. Los países nórdicos –Dinamarca, Suecia y Finlandia- que son los que más invierten en programas que propenden por la igualdad de género, son los que mayores cifras de violencia contra la mujer reflejaron en el año 2014.
Aquella conclusión confirma que esta problemática no se soluciona únicamente a través de programas educativos. Deben incorporarse otros elementos, como la justicia, pero sobre todo el inculcar valores desde el hogar.
Las familias, como los Estados, deben incorporar mecanismos de resolución dialogada y franca de los conflictos. No es a los golpes, ni a los gritos como se superan las diferencias o como se sancionan las equivocaciones.
No podemos continuar cruzados de brazos, viendo cómo sigue germinando esa mortal planta de la violencia intrafamiliar en nuestros hogares. La semana que acaba de terminar, dos niños fueron víctimas de agresiones sexuales. El año pasado, fueron denunciados 940 casos de feminicidio. Debemos reaccionar, para parar esa espiral de violencia. No puede ser viable un país en el que cada 12 minutos una mujer fue víctima de violencia por parte de su pareja.
Esto no se soluciona con leyes. Las normas no tienen virtudes mágicas. Las que existen son suficientes. Se requiere, por supuesto, enfrentar la impunidad, pero insisto: todos, como sociedad, estamos en la obligación de ponernos la mano en el corazón, hacer un alto en el camino y sellar un pacto social.
Sé que para muchos mi propuesta es un sueño inalcanzable. Yo, sigo teniendo fe en Colombia, en sus autoridades, pero sobre todo en su gente. Pongámonos de acuerdo y hagamos del nuestro, un país sin violencia intrafamiliar.
Publicado: mayo 7 de 2018
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