La brutal derrota de Santos en las elecciones presidenciales en las que sus dos candidatos, Vargas Lleras y De la Calle obtuvieron resultados deprimentes, es más que merecida. El presidente creyó que su mal gobierno y el abandono al que sometió a Colombia iban a quedar impunes y que la farsa de proceso con las Farc no iba a ser rechazado por la ciudadanía.
También se imaginó erradamente que el robo del plebiscito quedaría en el olvido con la compra del Nobel o con la inclusión de Colombia en la OCDE. Nada de eso.
Santos saldrá del poder odiado por sus gobernados y jamás será perdonado. Su gobierno fue el peor de la historia reciente. Desatendió las necesidades fundamentales de los colombianos. Gobernó para sus amigos, llevando al país a niveles de corrupción inadmisibles.
Todos los delitos cometidos por Santos, sus hijos y su camarilla, deberán ser investigados y castigados ejemplarmente. No es aceptable que aquellos que se valieron del poder del presidente de la República para llenar sus alforjas cobrando millonarias comisiones y haciendo negocios multimillonarios a expensas del erario, vayan a quedar impunes.
Faltan poco más de 60 días para que Santos desocupe la casa de los presidentes. Llegará el 7 de agosto y seguramente –si el Senado se lo permite- abandonará a Colombia. Buscará refugio en Europa, donde se dedicará a dictar charlas en las que embaucará al auditorio contándole su “heroica” labor para hacer el acuerdo con las Farc. Así como le ha mentido compulsivamente a los colombianos a lo largo de su existencia, hará lo propio en los círculos a los que concurrirá a presentarse como un líder de talla universal.
El presidente saliente está cosechando lo que sembró. Se encargó de dividir a la sociedad y lo logró. La fractura que se vive en nuestro país tiene un solo responsable: Juan Manuel Santos.
Su obsesión no era la paz. De hecho, a él lo tiene sin cuidado ese asunto. Lo que pasa es que vio en las Farc una oportunidad inmensa de ganar el Nobel. Por eso, montó la farsa de La Habana y puso a De la Calle a que aprobara el documento que TImochenko quisiera. Sabía que lo pactado era inadmisible e inaplicable. Ese no era el problema. La medallita con la cara de Alfred Nobel era el fin y lo alcanzó pagando un precio muy alto.
Santos se largará del poder, con su Nobel bajo el brazo y dejará al país vuelto trizas, encartado con unos genocidas impunes que siguen delinquiendo, pero con asientos en el Congreso de la República.
A Juan Manuel Santos no hay nada que agradecerle. Él es, como el cardenal de Richelieu, un hombre que hizo mucho mal y poco bien; el bien lo hizo mal y el mal lo hizo muy bien.
Publicado: mayo 29 de 2018
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