Dicen los politólogos y los analistas de ciencias sociales que tienen confusas definiciones de “populismo”. Al llegar por la derecha y por izquierda, como suele simplificar el periodismo exprés, es decir por la democracia o por la autocracia, el populismo tiene puntos genéricos y puntos específicos. En la campaña electoral presidencial que corre en Colombia, ¿cuáles candidatos y precandidatos se asemejan a estas descripciones o perfiles programáticos o filosóficos?
Populismo: “es un desprecio por la libertad individual y una correspondiente idolatría por el Estado. Es el complejo de víctima, según el cual los males que nos aquejan provienen de voraces oligarquías locales y potencias extranjeras.” Súmele a lo anterior la paranoia antiempresarial, antidemocracia liberal y la obsesión igualitarista, cuya práctica consiste en que desde el poder extienden la pobreza a todos los ciudadanos, menos para ellos. (Gloria Álvarez, guatemalteca, Axel Kaiser, chileno y Plinio Apuleyo Mendoza, colombiano).
Populismo: “no es una ideología, sino una epidemia viral. Es la política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero.” (Mario Vargas Llosa, peruano, Cayetana Álvarez, española).
El líder populista es un personaje demagogo, con carisma, buen orador que tiene talla de Mesías tropical, redentor de la “pobrecía”, poses mussolinianas y profiere amenazas para estimular al lumpen a formar grupos de choque y guardia personal.
Gustavo Petro es quien reúne todas esas “virtudes” que encalambran la próstata de universitarios unos, académicos otros y profesionales varios. También a sectores populares de barriada, especialmente en la capital. Si Rodrigo Londoño, alias Timochenko, jefe del partido de las Farc no estuviera enfermo y desactivada su candidatura por los efectos de la votación congresional (50 mil votos por 50 años de violencia), estaría compitiéndole a Petro.
En la arena, estrenando golpes y dando coscorrones al que se atraviese en su camino felino, está Germán Vargas Lleras, delegado plenipotenciario de la plutocracia bogotana, hermano de clase social de Santos y vicepresidente de su gobierno, jefe, director y tesorero del plan vial de las 4G. Con eso queda dicho todo.
Fajardo, Sergio Fajardo, ¡caramba!, el ciclista embrujado, que presume estar bien con Dios y con el Diablo, (“agua pasó por aquí, cate que no te vi. ¿Adivina qué es? Aguacate”). Claro, él será el mayor consumidor. Mientras con sus líricas emociones y su pinta de cowboy, triangula el teorema de Pitágoras con la dama Claudia López, que le lleva ventaja de tres cuerpos, y Jorge Enrique Robledo, hombre canchoso y meritorio, espécimen en vía de extinción y que completa el triángulo cuadrado de la izquierda horizontal.
De Humberto de la Calle poco poco hay que decir. Cualquier cosa que se diga de él es una mentira o una exageración. Lo que se colige es que el Partido Liberal va perder hasta la personería jurídica.
Queda Iván Duque, el que sí es, el colombiano sencillo, con carácter (si los otros candidatos supieran lo que es tener carácter). En Duque se revela con claridad lo que se define por popular y lo que se diferencia de lo populista. Duque es popular porque el pueblo lo quiere y lo respeta. Es sencillo y expresa la tibieza de su afecto por la patria. No es un descuajaringado ni un diosito consagrado por la Conferencia Episcopal. No tiene piojos ideológicos ni tiene niguas tautológicas. Ese es. Y lo será.
Publicado: mayo 22 de 2018
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