Dentro de una bolsa de plástico, una niña de mi vereda, encontró cuatro gatitos de una semana y media de nacidos. Aún no habían abierto los ojos, trató de alimentarlos, pero no pudo, los secó porque estaban mojados. La bolsa la dejaron en medio de la lluvia y quizás con los escasos movimientos, esta se abrió y se emparamaron. A las pocas horas, me los trajo, yo estaba en plena campaña, debía asistir a una reunión política que me habían organizado en el municipio de Lebrija. Cancelé la reunión con las 50 personas que seguramente serian 50 votos más que no tuve. En la vida hay prioridades definidas para mí, sin duda alguna, son más valiosas esas cuatro vidas que salvé, a los 50 votos que perdí. Pensé que se morían dos, estaban temblorosos y muy frágiles, casi no respiraban. Los calenté, compré leche para neonatos y a punta de jeringadas cada media hora, los fui fortaleciendo. A los dos días, abrieron los ojos y hoy no se me despegan. Ya no lloran, ya juegan, corren, simulan cazar y me persiguen por toda la casa. Aquí los tengo en medio de mis piernas, mientras escribo estas líneas hoy, domingo de la Semana Mayor. Semana que todos los años se repite, conmemorando la resurrección de Jesús… Jesús el hijo de Dios, Dios que en el cual creo, pero no asisto a la casa que crearon los hombres para alabarlo. Alabo a Dios, respetando su creación, respetando sus animales, las personas buenas, las causas justas, haciendo el bien si está a mi alcance.
Los hombres han dado un mensaje erróneo de la figura de Dios. No se necesita ir a la iglesia para sentir a Dios y en muchas iglesias, se ven verdaderos demonios por esta época que, no pierden eucaristía, rezan y rezan, pero no dudan en joder al prójimo, en robar, en ser infieles, en traspasar todos los mandamientos, pero allá están en primera fila, buscando alivianar sus almas, cargadas de maldad, quizás creyendo que, con la asistencia al culto, quedan ligeros, quedan en paz y con la cuenta en blanco para volver a comenzar y seguir igual de podridos. No son todos, pero son bastantes.
No tengo hijos y creo que no los quiero tener, pero de tenerlos, les enseñaría que Dios está en medio de una bolsa, latiendo a cuatro corazones, esperando un acto de humanidad que no se enseña en un culto, sino en el seno de un hogar con principios y valores que poco a poco, perdemos como sociedad.
Sabemos hablar, pero no sabemos comunicarnos con Dios.
Dios estaba en medio de esa bolsa de plástico, también estaba en el corazón de esa niña, en el impulso de salvar esas vidas, en el gesto de humanidad. Dios está en todo… hasta en esa iglesia donde asisten unos con devoción y fe, mientras otros van, solo por quedar bien.
Publicado: abril 5 de 2018