La noche muere con los rayos del sol. Así morirá el escabroso octenio de Juan Manuel Santos. ¿Quién lo recordará después del 8 de agosto del año que cursa? No deja ninguna huella ética ni un testimonio de vida a imitar por la juventud. Su estampa de dandy internacional está acorde con su formación de familia que hace parte de esa casta sabanera que no se unta de las emanaciones populares del pueblo bogotano, el que desde el nacimiento de la república construyó una ciudad más cerca de las estrellas con los dedos de los artesanos, de los obreros rasos y de los trovadores copleros que luego inventaron la rumba de los rolos, los pasillos y valses alrededor de mesas llenas de chicha y luego de cerveza fina.
La vanidad ancestral y la segregación de esa fronda aristocrática no le permite mirar las regiones sino desde la ventana de Monserrate. Esa ciudad que los alberga, ha estado en manos, durante tres períodos, de una izquierda corrupta, ineficiente e irresponsable, sin apersonarse de cumplir con los deberes ciudadanos de impedir su saqueo.
Desde la época de Jiménez de Quesada, Santafé de Bogotá es la concentración de la mayor densidad de funcionarios públicos, (algo así como siete personas por centímetro cuadrado, deduzco) la masa de los empleados más grande del país, porque la capital es el seno de los ministerios, agencias, cuarteles, magistraturas y cortes infinitas, contralorías, procuradurías, las instalaciones llenas de congresistas y subalternos. Agregue las burocracias del Distrito Capital a cuya cabeza está el alcalde de Bogotá con más empleados que el gobierno central. Súmeles los de la gobernación de Cundinamarca y encontraremos un panal donde trabajan cientos de abejas y simulan laborar miles y miles de zánganos.
La clase dirigente, o mejor, la casta virreinal que domina la capital, actúa con displicencia selectiva sobre los migrantes colombianos que habitan en ese páramo, muchos de ellos cooptados por el carácter parasitario de la administración pública que hoy, a todos los niveles de la nación, trabajan bajo contratos de prestación de servicios, modalidad que recorta los ingresos para los consumos vitales de las clases medias y populares.
Juan Manuel Santos será el último purasangre que gobierne este país, cargo que aspira su entrañable compañero de nómina y cofradía hereditaria. Las regiones han puesto sus alfiles dentro de los cuadros de la lucha democrática. Estamos en la obligación patriótica de limpiar los territorios recuperados por los criminales de la inmediata “paz santista”, como son las zonas fronterizas y obturar, diplomática y militarmente, los canales físicos y políticos que los gobiernos enemigos de Colombia hagan mancorna y maridaje con aquellos, en su nueva moneda de trueque de cocaína por armas, hospedaje, protección y cirugía plástica solidaria.
No es sorprendente ni novedoso que políticos y personajes de algunos países europeos, vestidos de “imperialismo humanitario”, obtengan donaciones para aportarlas a un “excomandante” guerrillero, quien además de estar en las listas de terroristas, se encuentra preso por narcotráfico. Esto, más los sucesos en las fronteras ecuatoriana y venezolana, son la prueba prima e indiscutible que la soberanía nacional requiere otro civil que mande y ordene, y otro militar que cumpla órdenes y no recomendaciones. No producen ni dan luz los soles de los generales.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: mayo 1 de 2018
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