El candidato uribista a la presidencia, Iván Duque es lo que comúnmente se conoce como una persona sin “rabo de paja”, precisamente por ser alguien que ha estado lejos del lodazal político colombiano. Y aquello que a todas luces parece un activo, está siendo utilizado por sus rivales como un elemento que pesa en contra de su campaña, alegando que eso se traduce en una supuesta falta de experiencia.
Si no tener un rosario de investigaciones por corrupción a cuestas, haber aparecido en escándalos de manipulación de la justicia, estar involucrado en componendas y marrullas de todo tipo significa inexperiencia, Duque encajaría perfectamente en esa definición.
Ahora bien. La política ha cambiado, precisamente por la saturación social de lo que comúnmente se conoce como “políticos experimentados” que no son otra cosa que personas desprestigiadas y cuestionadas, independientemente de su edad o tendencia ideológica.
Alejandro Lyons y Bernardo Ñoño Elías son tipos que escasamente llegan a los 40 años. A pesar de su juventud, tienen sobrada experiencia en la política antigua y corrupta que tanto daño le ha hecho a Colombia.
Nadie podrá negar que Ernesto Samper es un político experimentado. Fue concejal de Bogotá durante muchos años, senador, ministro, embajador y presidente de la República. Esa frondosa hoja de vida no borra en absoluto su condición de delincuente. A pesar de haber ocupado cargos de primer nivel y de gozar de cierto prestigio social, no dudó un instante en pignorarle la presidencia de la República al cartel de Cali.
Es curioso que quien fuera el director del DAS –cuando aquella entidad funcionaba como una policía política- de Samper, el hoy contratista del Estado Ramiro Bejarano Guzmán se esté concentrando en enrostrarle a Iván Duque una supuesta inexperiencia para descalificarlo como candidato y muy seguro próximo presidente de la República.
Ejemplos modernos demuestran que los buenos gobernantes no necesariamente deben ser personas con largas carreras en el sector público.
El ejemplo más rutilante es el de Donald Trump, un hombre que se forjó en el sector privado y en el ocaso de su vida sometió su nombre a consideración del pueblo norteamericano. Con el respaldo popular, se convirtió en el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Antes de ganar esas elecciones, no fue senador, gobernador, alcalde o siquiera comisionado –el equivalente a concejal- del condado en el que vive. Apelando a los mecanismos de medición tradicionales de “experiencia”, cualquiera podría concluir que Trump es un inexperto.
Lleva más de un año al frente del gobierno de los Estados Unidos y las cifras confirman que la suya ha sido, de lejos, una gran administración, empezando por el repunte de los indicadores económicos.
El antecesor de Trump, Barak Obama, tampoco tuvo una carrera extensa en el sector público antes de llegar a la Casa Blanca. Fue senador estatal de Illinois y luego senador por un periodo de 3 años. Con aquellas credenciales se presentó como aspirante del partido demócrata y contra todos los pronósticos derrotó a la poderosa casa Clinton, se quedó con la nominación y fue elegido en 2008 y reelegido en 2012. Cuando ganó su primera elección presidencial, Obama tenía 48 años.
No es extraño que las sociedades hayan empezado a posar sus ojos sobre líderes jóvenes. Islandia, una de las democracias más sólidas, es un país que hace pocos años se vio involucrado en una profunda crisis política. Los directivos de los principales bancos terminaron en la cárcel y el primer ministro se vio obligado a renunciar. Cuando la crisis aún no se había terminado de conjurar, el nuevo primer ministro apareció en los denominados Panama Papers, razón por la que también tuvo que abandonar su cargo.
En medio de la desesperanza, una mujer de 41 años años, Katrín Jakobsdóttir irrumpió en el escenario y fue elegida por una inmensa mayoría a finales del año pasado.
En Canadá, Justin Trudeau fue designado como primer ministro a los 43 años. Antes, había sido parlamentario por uno de los distritos electorales de Montreal. Empezó su vida laboral como profesor de escuela en Vancouver.
Están también los ejemplos de Emmanuel Macron –elegido a los 39 años como presidente de Francia-, Jacinda Ardern elegida como primera ministra de Nueva Zelanda a los 37 años y Leo Eric Vardakar quien asumió a los 39 años como primer ministro de Irlanda.
Si es elegido, Iván Duque asumirá la presidencia de Colombia con 42 años de edad. A pesar de su juventud, es un hombre con probada inteligencia y destreza. Sus críticos tratan de atajarlo con el embeleco de la falta de “experiencia”. Y es evidente que su nombre no ha estado en los titulares de prensa como consecuencia de investigaciones por parapolítica ni por alianzas con estructuras ilegales. En cambio, desde que llegó al Congreso en 2014, fue exaltado por sus propios colegas como el mejor senador del país.
Sus logros en la política son el resultado de un trabajo disciplinado, coherente, sistemático y profundo. Es un estudioso de los grandes temas nacionales. Y si bien es cierto que no lleva décadas enteras calentando sillas en distintas entidades públicas –movimientos que para algunos son esenciales para “adquirir experiencia”-, no menos lo es que su preparación académica y su fidelidad a la doctrina uribista son suficientes para prever que el suyo será un gobierno que marcará con letras de diamante el libro de la historia de Colombia.
Publicado: abril 2 de 2018