No me refiero a Fajardo, que también debería poner su ensortijada melena en remojo, sino a las Farc, que esperaban que el NAF les abriera de par en par las puertas del poder y se quedaron viendo un chispero.
Lo que sus capos firmaron con Santos y sus secuaces estaba fríamente calculado para hacer de las Farc un partido hegemónico que a poco andar se vería beneficiado con un gobierno de transición que les allanara la conquista del mando supremo. Mas esa probabilidad se hace cada día más remota, a juzgar por las encuestas y sobre todo por los resultados de la jornada del 11 de marzo.
Es claro que el pueblo colombiano rechaza rotundamente a las Farc y, si bien anhela la paz, desconfía de lo que Santos acordó con ellas y se niega a aceptarlo.
Sus razones saltan a la vista:
-Las Farc son comunistas y quieren implantar el modelo castro-chavista que tiene a Cuba y Venezuela sumidas en la miseria.
-La extrema crueldad que exhibieron a lo largo de más de medio siglo y la arrogancia con que han actuado durante el proceso de diálogos con los agentes gubernamentales hacen que la gente sencilla del pueblo las encuentre odiosas y sienta justificado temor frente a ellas.
-Los hechos demuestran que constituyen una peligrosísima organización de narcotraficantes.
Según datos que aparecen en la página dela Registraduría Nacional del Estado Civil el partido de las Farc obtuvo apenas 52.532 votos para el Senado, lo que equivale tan solo al 0.34% de la votación total.
Tan exiguos resultados no justifican las gravosísimas prebendas que obtendría de llevarse a cumplida ejecución lo acordado en La Habana.
Le sobran razones a Iván Duque cuando dice que el NAF debe someterse a cuidadosa revisión y que es necesario proceder a ello por medio de un gran acuerdo nacional, el mismo que Santos se negó a intentar a raíz del triunfo del No en el plebiscito del dos de octubre el año antepasado.
Ese gran acuerdo implica examinar si efectivamente las Farc desmovilizaron todos sus efectivos y entregaron al totalidad de su armamento, pues hay serias dudas al respecto. Es necesario, además, el estudio del grado de compromiso de sus integrantes con los cultivos de coca y el tráfico de cocaína, que han crecido abruptamente a raíz del fraudulento proceso de paz, y corregir lo acordado acerca de la erradicación y sustitución de cultivos, pues ya se sabe que poner a las Farc como garantes de ello no es otra cosa que amarrar gato con longaniza.
Iván Duque puso el dedo en la llaga en Barranquilla al pedirle amablemente a De La Calle que no siguiera engañando al país. Ese acuerdo del que el aludido se ufana no es otra cosa que una gran estafa. El pueblo sabe que, no obstante su engolada prosopopeya, es un timador hablantinoso y por eso anda tan mal en las intenciones de voto.
Para ganarse un codiciado premio internacional, Santos echó por la borda sagrados compromisos internacionales del Estado colombiano y desquició su tambaleante institucionalidad, todo ello a cambio de un ilusorio espejismo. Hizo algo peor que una estafa. De La Calle es su cómplice.
Si el NAF no se estipuló con un grupo que representaba legítimas aspiraciones de vastos sectores del pueblo colombiano, sino con una pandilla de facinerosos que al parecer han perseverado en el narcotráfico, que es la más dañina de las plagas que nos azotan, su carácter vinculante se desploma en razón un déficit sustancial en su causa. En efecto, los compromisos asumidos por el Estado y la sociedad de Colombia frente a las Farc carecen de toda justificación, habida cuenta de la realidad de dicho grupo criminal y de los precarios compromisos asumidos por el mismo. La justicia sinalagmática o retributiva brilla en este caso por su ausencia.
Incluso la causa final del NAF, que es la edificación de una paz estable y duradera, puede desde ya darse por fallida, dado que a todo lo largo y ancho del territorio nacional campea la violencia, originada en buena medida en las ventajas que dicho funesto acuerdo le otorga al narcotráfico.
El bandido Santrich se hizo tristemente célebre cuando respondió burlonamente «quizás, quizás, quizás» a la pregunta de si estaban dispuestos a indemnizar a sus víctimas.
Ahora el pueblo colombiano les canta a esos maleantes con los versos de ese tajante bolero que hace años popularizaron «Los Panchos», «No, no y no»:
«…esas palabras tan dulces
puede que sean sinceras
pero no, no y no
no te las voy a creer
ya tú ves como todo pasa en esta vida
yo prefiero una ilusión perdida
a que me vuelvas a engañar».
Publicado: abril 19 de 2018
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