El fenómeno tiene explicación.
Petro, de pasado violento, es un ex guerrillero del M-19 que aprovechó las mieles de la diplomacia en Europa durante el gobierno de Ernesto Samper, mintió sobre sus títulos académicos adjudicándose maestrías y doctorado que nunca tuvo, hizo una tarea polémica de control político durante su paso como congresista, confesó ser asesor económico de Chávez y defendió el “neo populismo”, fue electo alcalde de Bogotá en medio de una inexplicable división de sus contendores, hizo una pésima gestión durante la alcaldía pero construyó una base de seguidores a punta de decenas de miles de contratos de prestación de servicios, aumento de la burocracia y subsidios, y tiene varias investigaciones abiertas, apoyó de manera decidida a Santos para su reelección a cambio de que el Presidente maniobrara en los altos tribunales para el levantamiento de las sanciones que pesaban sobre él, y desde entonces está dedicado a su candidatura con un discurso que oscila entre el populismo abierto, el socialismo y el disfrazar sus posiciones para no asustar al electorado de clase media. De manera sostenida, aumenta su intención de voto, en especial entre los jóvenes, los estratos populares, la costa caribe y Bogotá.
Ese ascenso se explica en varios factores. Primero, la profunda crisis de los partidos políticos. En su inmensa mayoría han dejado de lado su función de ser cadenas de transmisión de las preocupaciones, expectativas y necesidades frente al Estado para convertirse en expedidores de avales para unos parlamentarios que solo se preocupan por su reelección y viven del clientelismo y de la mermelada.
Segundo, la creciente desconfianza en las instituciones. Todas las encuestas muestran que los ciudadanos ya no solo califican de manera negativa al Congreso y los partidos políticos, como viene ocurriendo desde hace lustros, sino que su desconfianza se extiende al sistema de administración de justicia, las altas cortes, la Fiscalía, los organismos de control e, incluso, la Presidencia de la República. El ciudadano no solo no ve que el Estado lo beneficie sino que desconfía del mismo.
Tercero, aunque desde el 2002 se han hecho progresos inmensos, aún viven bajo la línea de pobreza un 28% de colombianos, casi uno de cada tres que sienten que no le deben nada al modelo económico ni a la democracia. Y hay una enorme cantidad adicional apenas colgados de la clase media que en cualquier momento pueden volver a la pobreza.
Finalmente, la corrupción es rampante. Nunca ha estado más extendida. Por un lado, alcanza incluso a las altas cortes y la Fiscalía. Por el otro, en el sector privado se expande la percepción de que no es posible contratar con el Estado, en cualquier nivel, sin que medie una coima. Un Estado privatizado que opera para beneficiar a los burócratas y a los conectados, no al ciudadano del corriente.
Una mezcla que explica la emergencia exitosa de figuras populistas en América Latina. Pero que no había sido suficiente en Colombia. Aquí la existencia de una guerrilla cruel y sanguinaria y metida hasta el cuello en el narcotráfico, había espantado al votante. Ese miedo dejó de existir, no porque no persistan conflicto, guerrillas y narcos, sino porque después del pacto con las Farc la percepción ciudadana es que la guerrilla no podrá llegar al poder. Muchos sectores sociales ya no temen a la izquierda.
Con todo, un elemento adicional es indispensable para entender el fenómeno: la penetración del marxismo en la cultura y en el sistema educativo público y privado, en todos los niveles, incluyendo las universidades, y en los medios de comunicación. Los jóvenes están siendo educados en y por la izquierda. Alimentan el resentimiento y la lucha de clases, creen que el capitalismo es esencialmente injusto y que los problemas económicos no están en producir y generar riqueza y empleo, sino en repartir los bienes y dineros que otros tienen. Y, como no vivieron la tragedia colombiana previa al gobierno de Álvaro Uribe, solo ven su figura y su gobierno por lo que “informan” los medios y solo ven la izquierda con la benevolencia de quienes quieren “la paz” a cualquier costo.
Un coctel explosivo y muy peligroso. Si, como vengo advirtiendo, esta elección se transforma del todo en una sistema vs. antisistema, acá puede pasar cualquier cosa. Entramos el reino de la incertidumbre y del peligro. El populismo puede triunfar.
Publicado: mayo 1 de 2018
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