Aún faltan 6 meses para que Juan Manuel Santos se vaya de la presidencia de la República y desde ya, empezó a despedirse. Es evidente que el jefe del gobierno más impopular de la historia de Colombia, no ve la hora de salir.
Las continuas rechiflas, han obligado a que el presidente limite al máximo sus apariciones públicas. Cuando concurre a un evento, su avanzada se encarga de asegurar que en el mismo sólo haya personas afectas al gobierno, para evitar episodios como el que se presentó en la ciudad de Cartagena en la noche de año nuevo, cuando centenares de ciudadanos indignados lanzaron fuertes arengas contra el impopular primer mandatario.
Santos publicó una carta dirigida a los candidatos presidenciales, en la que hizo un recuento de lo que él considera los “avances” de su gobierno. No viene al caso hacer un recuento de la lista de mentiras e imprecisiones redactadas por Santos. Lo cierto es que nada de lo escrito es compartido por la sociedad. Solamente el 14% de la opinión aprueba su errática y fallida gestión.
De todas las falacias narradas por Santos, la más grande y alevosa es aquella de que “nuestros avances los reconoce el mundo entero. Ser colombiano dejó de ser un estigma en los aeropuertos del mundo. Y venir a Colombia ya no es una aventura arriesgada…”.
Parece que al presidente Santos no le han informado que hace pocos días, el departamento de Estado de los Estados Unidos emitió una alerta de seguridad en la que le recomienda a los ciudadanos americanos no viajar a 5 departamentos de nuestro país: Arauca, Cauca, Chocó, Nariño y Norte de Santander. En criterio del despacho de Rex Tillerson, los estadounidenses deben “evitar áreas con presencia del ELN, mantener un bajo perfil, estar atentos de lo que sucede en sus alrededores y establecer planes de seguridad personal”.
Así mismo, la oficina de seguridad diplomática del Departamento de Estado, el pasado 10 de enero concluyó que “por razones de seguridad, el personal gubernamental de los Estados Unidos no puede viajar libremente por Colombia”. Esa advertencia se produjo como consecuencia de la arremetida terrorista del Eln. Para esa entidad, aquella banda criminal puede atentar contra “lugares turísticos, puntos de transporte, centros comerciales, parques, oficinas públicas, hoteles, clubes, restaurantes, lugares de trabajo, eventos culturales y deportivos, instituciones educativas, aeropuertos y otras áreas públicas…”.
Apelando a un tono trascendental, Santos cerró su carta dirigida a los candidatos presidenciales diciéndoles que “no voy a interferir para nada en su trabajo. Yo ya tuve el inmenso privilegio de gobernar durante ocho años. Ahora es su turno. Si me necesita ahí estaré…”.
Es evidente que quien gane la presidencia, necesitará a Santos y a todo su gobierno, pero para que respondan por hechos que indefectiblemente deberán ser investigados y sancionados por la justicia. Los casos de corrupción que se han registrado en Colombia desde 2010, no pueden quedar impunes. Este país fue desfalcado por el régimen santista. El de Odebrecht no es el único. Son muchos los episodios que tienen que esclarecerse, pues con el embrujo de la supuesta paz, Santos aprovechó para corromper a la clase política. La repartición de la tristemente célebre mermelada fue, en la práctica, una operación sistemática de saqueo del erario.
Santos quiere irse. Cuenta las horas para entregar el mando y poder salir de Colombia a disfrutar de su Nobel. Desde la lejanía, tendrá oportunidad de ver el destrozo de nuestra economía, la fragmentación de la sociedad y el menoscabo que le generó a la democracia por cuenta de la legalización abusiva e ilegítima que hizo de la banda terrorista de las Farc.
Publicado: febrero 16 de 2018