Estas elecciones parlamentarias del once de marzo son, de hecho, la verdadera primera vuelta de los comicios presidenciales. Unas presidenciales que serán, además, las más importantes de la historia colombiana después de las del retorno a la democracia en el 57. Por primera vez en décadas está en cuestión el modelo de democracia y economía que queremos. Nos jugamos el futuro del país, el de nuestros hijos y nuestros nietos.
Cada día es más clara una tendencia de estas presidenciales de no ser unas típicas entre gobierno y oposición, sino unas entre “sistema y antisistema”, para describirlas de manera sencilla. En las elecciones gobierno – oposición, las posiciones políticas son relativamente claras. Santos de un lado y del otro un grupo liderado por el ex presidente Uribe. Ni el Polo ni los Verdes han sido oposición porque hicieron parte del gobierno Santos con sendos ministerios, votaron en el Congreso la mayoría de sus iniciativas de ley y de reforma constitucional, y ambas son copartícipes, además, del conejazo a los resultados del plebiscito. La única oposición real a Santos ha sido el Centro Democrático que ha enfrentado programáticamente las propuestas de Santos y ha aguantado siete años de desierto burocrático, de persecución política y judicial, y de palo en los medios.
En las elecciones “sistema – antisistema” se pone del mismo lado a Santos, a Uribe y a todos quienes le hacemos oposición al actual presidente. Y en lugar de hacer cambios que mejoren la estructura y la dinámica de la democracia y la economía, en lugar de hacerle reformas, se propone un nuevo modelo, un nuevo sistema político y económico. Hacia allá tienden estas elecciones. Fajardo basa su discurso, como los Verdes y el senador Robledo que son sus aliados, en sostener que Santos y Uribe son lo mismo. Que sean las antípodas en su origen, su carácter, su manera de gobernar y la concepción de Colombia, les es indiferente. El problema de Fajardo es que, a su pesar, la izquierda lo percibe tibio y gaseoso y, en consecuencia, más allá de las decisiones de sus colectividades, empieza a moverse, gradualmente pero de manera sostenida, hacia Petro. La manifestación del ex guerrillero del Eme en Pasto fue de los verdes. Y la mayoría de los dirigentes del Polo en Bogotá está hoy con el ex alcalde de la ciudad. De continuar la tendencia, y no hay razón para que no siga, la candidatura de Fajardo seguirá desinflándose y el grueso de esa cauda irá donde Petro.
Petro, además, recoge todos los votos de la izquierda más dura, la fariana y elena, y en general la exguerrillera, que sabe que ni Timochenko ni Piedad tienen chance alguno y que, en todo caso, el ex alcalde es de los suyos. Petro no propone cambios o reformas. Propone, sin usar esa palabra porque sabe que asusta, la revolución. Un vuelco total del modelo político y económico para encaminarnos al socialismo. Aunque ahora dice tomar distancia, su simpatía siempre ha estado con Chávez, de quien fue íntimo amigo, y con la revolución boliviariana. Elocuente, seguro de sí mismo hasta la soberbia aunque esté diciendo la mayor barrabasada, dispuesto a la combinación de todas las formas de lucha antes y ahora, manipulador del sistema judicial, cientelista como el que más, Petro no es un inflado de las encuestas, es una realidad. Y a esa realidad terminarán pegados los que hoy están con Fajardo, De la Calle y Clara López, y el santismo, so pretexto de defender el pacto con las Farc.
Y frente a esa realidad no cabe sino la superación de egos, vanidades y expectativas personales, el entender que más allá de matices y diferencias hay un acuerdo sobre lo fundamental que significan la democracia republicana y la economía de mercado y el peligro inconmensurable del socialismo. No podemos cometer los errores de la MUD, de la oposición venezolana. Están en juego vida, libertades, bienes y derechos. Hoy la gran alianza republicana, ampliada más allá de la original de la coalición del No, es más necesaria que nunca. ¡La patria está primero!
Publicado: febrero 20 de 2018