Y mientras los venezolanos huyen del castrochavismo una turba de petristas nos quiere llevar a peores escenarios de los que vive Venezuela.
La migración descomunal e incontrolable de venezolanos alarmó por fin al Gobierno de Juan Manuel Santos. Lo hace después de utilizar al chavismo, aliado acérrimo del pacto de impunidad con las Farc y posterior al colapso que sufrieron ciudades como Cúcuta y su área metropolitana donde se vive un drama humanitario. El éxodo de venezolanos no es tema de los últimos meses, ha sido una constante desde que la miseria, el hambre y la ruina desbordo el circo romano que monto la revolución bolivariana.
La tragedia de los venezolanos terminará generando en Colombia una crisis social y económica sin precedentes. En Santander, por ejemplo, los venezolanos se apoderan de calles y parques, día tras día, sin control alguno, aprovechan la generosidad de la gente para multiplicarse por miles. No pretendo generar fobia contra ellos, ni más faltaba, para con ellos toda nuestra solidaridad y afecto, son víctimas de su propio invento, de su propia ilusión, se están comiendo su propio cocinado: el Castrochavismo.
En Colombia se les ha recibido con los brazos abiertos, es nuestro deber, pero ese deber implica tener claro la variable presupuestal que debe asumir como siempre el Estado. La pregunta es sencilla: ¿cuánto nos va a constar cada venezolano que ingresa a Colombia? ¿de dónde saldrán esos recursos? Los venezolanos comienzan a deteriorar la economía regional. La mano de obra no calificada de colombianos está siendo desplazada por la de venezolanos indocumentados que acceden a trabajos transitorios sin garantías laborales. Inicialmente parece una conquista del empleador, quien creyendo ganar unas utilidades de más lo que está materializando es el deterioro de la cadena de consumo que repercute en la economía con consecuencias nefastas.
Otro ejemplo sencillo de la crisis que se avecina es lo que está sucediendo en la provincia de Guanenta (Santander), zona productora de caña de azúcar y café de excelente calidad. En esa región la mano de obra de los campesinos locales se está reemplazando por la de venezolanos que prácticamente se regalan por techo, comida y jornales irrisorios que, puestos en la frontera, en Cúcuta, terminan siendo un bálsamo económico para sus familiares en Venezuela.
Esa cadena de suplantación laboral, que también se viene dando en restaurantes, talleres, almacenes, trabajos domésticos y en cualquier labor ocasional, va a reventar la estabilidad y dinámica económica de regiones como los santanderes y la costa atlántica. Si no se controla con prontitud este fenómeno laboral las estadísticas de informalidad y desempleo van a ser incontrolables. Una crisis genera otra crisis. No es secreto que la llegada de venezolanos incrementó la inseguridad, esa es la sensación que tienen los ciudadanos, eso no implica, ni sentenciamos, que todos los venezolanos lleguen con vocación delictiva, pero si es de conocimiento de las autoridades que algunos de ellos han ingresado a formar parte de organizaciones criminales que perturban la tranquilidad colectiva.
Por ahora se debe tener talento para manejar este cataclismo silencioso que tardíamente acepta el Gobierno Nacional por su enferma manera en aparentar y negar los problemas sociales del país. Diagnosticar estos problemas no implica generar sentimientos xenofóbicos, es alertar sobre una crisis inminente que de no tener solución terminara siendo combustible de un espiral inimaginable de rechazo colectivo contra los venezolanos.
Publicado: febrero 19 de 2018