Por lo que se le ha oído en sus discursos, pero sobre todo con el antecedente sobre la forma como se comportó cuando fue alcalde de Bogotá, Gustavo Petro no aspira a ser el presidente de todos, sino de unos pocos colombianos.
Fiel a su estilo polarizador, con el que alienta el odio de unos hacia otros, apelando a actitudes desafiantes a la ley y a la autoridad, interpretando a su acomodo las normas judiciales, Petro ha hecho de esta campaña política que hasta ahora comienza un campo de batalla que resulta altamente perjudicial para la propia salud de la democracia colombiana.
Pasándose por la faja las regulaciones de las alcaldías para la organización de eventos públicos masivos, tal y como sucedió recientemente en la ciudad de Medellín, Gustavo Petro puso en grave riesgo la seguridad y la integridad de miles de personas. A él, aquello lo tiene sin cuidado. Su objetivo no es la gente, sino alcanzar su meta, al precio que sea y pasando por encima de todo que el mismo llama “obstáculos”.
Es cierto que puntea en las encuestas de opinión. Aparece en el primer lugar y aquello debe ser motivo de preocupación para aquellos que no quieren que Colombia sucumba ante las pérfidas garras del socialismo del siglo XXI, corriente que le dio vida al denominado castrochavismo, tendencia ideológica que ha destrozado a las sociedades donde se ha logrado incrustar.
En noviembre de 1970, Salvador Allende, luego de 3 intentos –esta es, hasta ahora, la segunda vez que Petro aspira a la presidencia de la República- ganó las elecciones presidenciales de Chile, respaldado por una coalición de partidos de de extrema izquierda, entre los que se encontraba el comunista, denominada unidad popular.
Desde que llegó al poder, Allende puso en marcha una agenda política para conducir a su país hacia el socialismo. Estatizó buena parte de lo que él llamaba “áreas clave de la economía” y nacionalizó el cobre, de donde emanaba buena parte de los ingresos chilenos.
En el momento culmen de su mandato, Allende aseveró que él no era el presidente de todos los chilenos, sino únicamente de aquellos que militaban en la unidad popular.
Algo muy parecido plantea Gustavo Petro. Aquellos que no encuadren dentro de la denominada “Colombia humana”, son calificados por él como “mafiosos”. En menos de dos meses de campaña ha dejado claro cuáles serán sus dos objetivos primordiales: expropiar a través de artimañas tributarias lo que él arbitrariamente pueda catalogar como “tierras improductivas” y enfrentará a la banca, a la cual califica de ser la mayor “expropiadora” de nuestro país.
Su intolerancia a la crítica, lo ha llevado a extremos inauditos como aquel de contratar los servicios de centenares de matones virtuales que, como se ha denunciado, operan en una bodega desde la que emprenden campañas de desprestigio, insultos y matoneo contra todos aquellos que se atrevan a cuestionar, a través de las redes sociales, sus nocivas propuestas políticas.
Al fin y al cabo, a él lo tiene sin cuidado el resto del país. Busca y quiere gobernar para su gente, para el sector al que está encantando con promesas de tierras regaladas, de perseguir a la banca y quién sabe qué otras monstruosidades. Ese discurso incendiario, se convierte en dulce para los oídos de quienes no tienen nada.
De ganar las elecciones de este año, así como fue el alcalde de una minorías en Bogotá, Petro será el presidente de unos pocos, a los que llenará de odio y rencor contra aquellos que se resistan a respaldar al proyecto chavista, irónicamente bautizado “Colombia humana”.
Publicado: febrero 26 de 2018