El paquete más grande que ha producido la política colombiana desde la época de la Conquista se llama Gustavo Petro. El sujeto en mención nació en 1960 en un remoto poblado del departamento de Córdoba llamado Ciénaga de Oro y su adolescencia transcurrió en el municipio de Zipaquirá, cerca de Bogotá.
Según sus propias palabras, el malestar de su madre con el probado fraude en las elecciones presidenciales del 19 de abril de 1970 lo fueron llevando a la extrema izquierda, que no es otra cosa que la mismísima guerrilla o el terrorismo.
Como integrante del violento M-19, Petro –autodenominado en las filas terroristas como “Aureliano Buendía”– fue del montón para abajo, esto es, un guerrillero de cafetería de esos que solo hablan cháchara y que posan de intelectuales, aunque en realidad nunca van al combate y les queda grande un arma en sus manos.
Tan es así, que cuando el 6 y 7 de noviembre de 1985 el M-19 asaltó a sangre y fuego el Palacio de Justicia, en Bogotá, Petro se encontraba detenido por porte ilegal de armas. ¡Cómo sería de buen “combatiente” que le quedó grande esconder a tiempo y en sitio seguro su arma de dotación!
Pero sigamos ; Cualquiera pensaría que Petro estudió en una universidad pública por razones de coherencia. Uno no ve a un cabecilla guerrillero de su estatura estudiando con los “niños ricos” del país. Atérrense: Petro estudió economía en la Universidad Externado de Colombia, un centro académico que, si bien no se distingue por elitista, es privado y no regala las matrículas.
Firmada la supuesta paz entre el M-19 y el gobierno nacional, Petro se metió de lleno en la política. Fue representante a la Cámara y cuando en 1994 fracasó en su aspiración al Senado terminó de diplomático-lagarto en Europa.
Por esos mismos días de mediados de 1994, Petro recibió en Bogotá a un hombre que con el tiempo se convertiría en su ídolo y referente: el fallecido dictador venezolano Hugo Chávez, quien tras fracasar en su intento por dar un golpe de Estado en su país fue amnistiado por Rafael Caldera.
De Chávez, Petro aprendió que a Colombia hay que llevarla por el sendero del castro-chavismo, que ser rico es malo (siempre y cuando no sea él o sus familiares), que una vez obtenido el poder no se entrega y que a los enemigos hay que aplastarlos de ser necesario.
En 1998 Petro regresó al Congreso a hacer lo que mejor sabe hacer: a tildar de paramilitar y corrupto a todo aquel que no comulgara con sus ideas o que no dijera que lo mejor del mundo es la guerrilla. Es que a Petro es de los que les gusta hacer creer que si alguna vez mató fue para que otros vivieran y que si alguna vez robó fue para repartir el botín entre sus hermanos los pobres.
El paso de Petro por el Parlamento, en su segunda etapa, estuvo marcado por la búsqueda del desprestigio para sus enemigos políticos. Prácticamente no aportaba nada. Solo denuncias contra sus antagonistas. De nuevo lo mismo: todo el mundo es malo menos él o sus amigos (con el tiempo, sin embargo, también empezó a abandonar y a traicionar a aquellos con los que comió en el mismo plato).
Cuando a finales de 2006 se inició la investigación por la llamada parapolítica, Petro y sus asesores empezaron a hacer de las suyas con el manejo de testigos. Tanto a la Corte Suprema como a la Fiscalía llegaron varias personas enviadas por Petro que dijeron estar listas para declarar en contra de todo lo que oliera a derecha y sobre todo al entonces presidente Álvaro Uribe Vélez.
Para muestra un botón: un tal “Pitirri”, o el oscuro sujeto que, gracias a sus inventos y alucinaciones, terminó viviendo en Canadá –con toda su familia– de cuenta de nuestros impuestos.
En octubre de 2007, Petro apareció abrazando al ganador de las elecciones a la Alcaldía de Bogotá, Samuel Moreno, quien al frente de ese cargo tuvo una gestión cuestionada por actos de corrupción. Claro que apenas vio que el barco de Moreno se estaba hundiendo, Petro salió corriendo y a unirse al grupo de denunciantes.
El 1 de enero de 2012, Petro se posesionó como alcalde de Bogotá a nombre de un movimiento llamado Progresistas. Fueron cuatro años de infierno para la capital de la República. El pequeño hombre mostró de inmediato el resentido que lleva por dentro.
De entrada prohibió las corridas de toros en la ciudad con el argumento de que la plaza de Santamaría debía ser utilizada solo para eventos en pro de la vida y no de la muerte. Todo un chiste: el ex miembro de una organización terrorista que mató a centenares de personas en contra de la muerte en el ruedo de un astado.
En lo administrativo las cosas también fueron un desastre con Petro. Persiguió hasta el cansancio a los contratistas que él consideraba de derecha. De hecho, en algún momento dejó inundar de basuras a Bogotá porque uno de las empresas recolectoras era de propiedad de un amigo de Uribe.
Ese incidente con las basuras le costó a Petro la destitución de su cargo por parte de la Procuraduría General de la Nación. Pero, como ya lo hemos contado en este mismo espacio, Petro arrasó con la institucionalidad y desconoció la sanción del Ministerio Público. Apeló a cuanta marrulla judicial estaba a su alcance y, finalmente, la mamerta y entrometida Comisión Interamericana de Derechos Humanos le ordenó al gobierno del flojo de Juan Manuel Santos que tenía que restituir a Petro en el inmerecido cargo.
Entonces Santos, cual muchacho chiquito, salió a obedecer con un único fin: que Petro le diera una mano en la segunda vuelta a la Presidencia de 2014. Y así se hizo: todo el poder y el dinero del Distrito Capital fueron puestos a disposición de la campaña santista para poder consumar el fraude en perjuicio del candidato Óscar Iván Zuluaga.
El tema de “manos limpias” no fue el fuerte de Petro durante sus cuatro años como alcalde capitalino. Ríos de tinta corrieron denunciado los torcidos que en favor del empresario Carlos Gutiérrez Robayo –concuñado de Petro– se hicieron desde la Alcaldía de Bogotá.
Pero, claro, para esa época al frente de la Fiscalía General estaba el controvertido Eduardo Montealegre, un personaje nefasto para la administración de justicia que nunca ha escondido sus afectos por la extrema izquierda colombiana.
Ahora nos sorprenden con que Petro encabeza las encuestas de cara a las elecciones presidenciales de mayo próximo. Es el carretazo más bravo que hemos escuchado en los últimos años. Si bien todo parece indicar que Santos apoyará a Petro en los comicios a la Presidencia, aquí solo hay una verdad irrefutable: Colombia no es mamerta muy a pesar de los Santos, de los Petros, de los Cepedas y hasta de los Timochenkos.
P.D. Alguna vez uno de sus mejores amigos de Petro, Daniel García-Peña, le escribió (al conocer que a su esposa la habían sacado por la puerta de atrás de la Alcaldía de Bogotá) que “un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”.
Publicado: febrero 13 de 2018