En los mercados financieros generalmente se transan los activos más líquidos, por eso, es donde se utilizan sistemas transaccionales y donde mejor funciona el libre mercado de la oferta y la demanda. En este escenario resulta muy importante la función del intermediario porque, aunque es él quien tiene el acceso al mercado, las características del mismo no le dan maniobra para cobrar indebidamente y los márgenes terminan siendo pequeños frente a los montos o volúmenes negociados.
Solamente cuando existe una verdadera asesoría adicional o un acceso a un mercado profesional que no tiene libre entrada, el costo de la intermediación aumenta. Desafortunadamente, esto no sucede en todos los mercados y mucho menos cuando se trata de los campesinos que son los más necesitados y, obviamente, más complejos, con productos agropecuarios y en lugares alejados.
La historia que les voy a contar pasa en nuestro país, a escasos kilómetros de Bogotá. Con este ejemplo, nos damos cuenta que será imposible generar equidad, bienestar y convertirnos en la potencia agropecuaria de la que tanto se habla.
La Peña, uno de los 12 municipios que componen la provincia del Gualivá en el departamento de Cundinamarca, es un municipio de aproximadamente siete mil habitantes. La base de su economía es la caña de azúcar y hay más de quinientos trapiches para producir panela. Aunque está a escasos veinticinco kilómetros de Villeta, capital de la provincia y donde se comercializa la panela, la vía de acceso está en muy malas condiciones y llegar termina siendo demorado.
En estos mercados es donde el intermediario hace su agosto. Hoy en día en La Peña, existe un monopolio donde solo uno les compra la panela y la comercializa, pero el precio que paga por la carga es setenta mil pesos por debajo del precio real. Esto es un margen de intermediación de alrededor del 30% y, sin embargo, eso no es lo grave. Cada vez que trata de ir un nuevo intermediario a competir dando un mejor precio, inexplicablemente no vuelve. Muchas veces la intimidación aleja la competencia y así, al campesino, nunca le llegará la prosperidad.
Cómo vamos a generar desarrollo, crear empleos formales y llevar calidad de vida a nuestros campos si las vías terciarias están en tan mal estado que alejan cada día más a nuestros campesinos del desarrollo y los aísla en municipios donde la señal del celular apenas entra en determinados sitios y donde los servicios de salud y educación son teóricos, porque en la práctica no existen.
Entre más veo y entiendo la problemática de la intermediación de los productos agropecuarios, la que se da entre el campesino en la puerta de su parcela y su único comprador, creo que es fundamental hacer algo que acerque las puntas de compra y venta de los productos para mejorar el precio de venta a los más necesitados. Es complicado, pero revivir los centros de acopio que, por alguna razón, acabaron hace algunos años, puede ser la solución. De esa forma podría crearse una especie de mercados en cada una de las provincias para que lleguen los productores y puedan vender sus bienes a mejor precio; en pocas palabras, hacer mercado.
Muchos de estos problemas tienen su origen en la politiquería, el desconocimiento del campo por parte de las personas que manejan las políticas agrícolas o el simple partidismo en donde el alcalde o gobernador de turno termina solamente ayudando a su feudo electoral y dejando por fuera de los beneficios a sus opositores. No entienden que en la democracia existe el derecho a disentir, pero que su trabajo como mandatario es para toda la comunidad.
Lograr que el campesino se quede trabajando la tierra y que los hijos de sus hijos continúen haciendo patria en estos sitios alejados debe ser una política de Estado. Para esto, debemos llevarles mejores condiciones de vida y que sientan que haciendo lo que hacen, tendrán prosperidad.
Publicado: enero 5 de 2018