Este año en las urnas definiremos el futuro de Colombia. No es poco lo que está en juego. Se trata de escoger entre la garantía de la libertad democrática y la amenaza totalitarista de izquierda. La Colombia de hoy es exactamente igual a la Venezuela de 1998, en la que se viabilizó la candidatura de Hugo Chávez.
Es evidente que existe un desgaste de la clase política tradicional, lo cual le ha abierto un importante espacio a expresiones de “antipolítica” que son tremendamente peligrosas para la estabilidad democrática de nuestra nación. A aquello se suma, por supuesto, la irrupción de las Farc en el escenario. Grave, muy grave que una estructura delincuencial, fabulosamente rica por cuenta de sus vínculos con el tráfico de estupefacientes y dirigida por personas que son responsables de crímenes de lesa humanidad, tenga asiento garantizado en el legislativo y posibilidad de presentarse en las elecciones presidenciales.
Nuestros enemigos políticos, nos descalifican alegando que hacemos campaña “mostrándoles el coco” de la guerrilla, buscando infringirle miedo a la sociedad. No. Nuestro deber es el de alertar sobre las amenazas que se vislumbran en el horizonte, plantear alternativas y buscar la manera democrática para impedir que aquellos que acabarán con nuestras libertades humanas, sociales y económicas, accedan al poder a través de las urnas.
Nadie medianamente sensato y realista, podrá creer que un delincuente que hasta hace pocos meses reclutaba y violaba niñas, pueda convertirse de la noche a la mañana en un ciudadano ejemplar, civilista, respetuoso de las diferencias ideológicas y garante de las libertades.
¿Será posible que unos mafiosos que hasta el año pasado anduvieron inundando con cocaína a los Estados Unidos, en un santiamén pasarán a vivir dentro de la legalidad en materia económica?
No nos llamemos a engaños: las Farc, que son inmensamente impopulares, pero fabulosamente ricas, irrigarán todos los miles de millones de dólares que tienen a su alcance y que el gobierno de Santos no quiso confiscarles, para torcer el rumbo natural de las elecciones.
Ninguna garantía de unas elecciones transparentes tenemos los colombianos, al saber que de la supuesta desmovilización de esa guerrilla, quedaron en el terreno unas supuestas “disidencias”, precisamente en las zonas donde hay presencia de vastas zonas con cultivos ilícitos. ¿Hay certeza de que aquellas “disidencias” no van a ejercer presión armada contra los ciudadanos, para obligarlos a votar por candidatos de las Farc y afines a ellos?
La buena noticia es que los colombianos ya hemos demostrado que la fuerza de las armas terroristas y la capacidad corruptora del dinero de la mafia no son capaces de cambiar nuestra voluntad. Con ocasión del plebiscito de octubre de 2016, cuando las Farc hicieron campaña con sus fusiles y sus millones de dólares y el gobierno puso al Estado al servicio del SÍ, la mayoría ciudadana, en una demostración impresionante de dignidad, concurrió a las urnas para decirle NO a esos acuerdos dañinos para Colombia.
2018 será el año del “segundo tiempo” de ese plebiscito. Una vez más, estamos convocando a la ciudadanía para que exprese su descontento, para que le ratifique a Santos su malestar por el desgobierno al que fue sometido nuestro país.
Estamos frente a unas elecciones trascendentales. Salvemos a Colombia. Evitemos que nuestro país siga caminando hacia el abismo del Castrochavismo. Estamos a tiempo de dar un viraje y retomar el rumbo del progreso, la concordia, el desarrollo y de la libertad.
Publicado: enero 22 de 2017