Armando Estrada Villa publicó en «El Colombiano» el 13 de este mes un importante artículo sobre el estado del proceso de paz con las Farc que merece leerse con atención, no solo por las cualidades de su autor, sino por la seriedad de los planteamientos que ahí presenta. Este es el enlace correspondiente: Inquietudes sobre el acuerdo con las Farc.
Después de algunas sesudas consideraciones sobre este proceso, Estrada concluye así:
«¿Por qué tantos compatriotas rechazan un convenio que ofrece superar un conflicto de tantos años y que tanto daño ha causado en vidas humanas perdidas, enorme número de desplazados y refugiados, infraestructura arrasada y excesivos sufrimientos a la población?
«La respuesta a este crucial interrogante es que falló tanto el liderazgo político del Gobierno como el de las Farc. Del Gobierno, porque no supo vender las bondades del acuerdo y su lenguaje en vez de acercar a los ciudadanos los separó, y de las Farc por su tono prepotente y agresivo, que en lugar de conquistarle simpatías al proceso le restaba apoyos. Olvidaron las partes que la solución política del conflicto solo se consolida y perdura cuando los ciudadanos se apropian de ella y no cuando les es impuesta, pues sin el apoyo imprescindible de la población en favor de los pactos de paz los liderazgos de Gobierno y Farc no tendrán éxito.
«Urge escuchar con atención a la sociedad para ver qué correctivos se hacen a los acuerdos, pues de lo contrario la paz no será estable y duradera como lo requiere el país para superar esta etapa de cruel e inútil violencia.»
Todo lo bien intencionado que pueda considerarse este proceso, a todas luces puede considerárselo hoy como fallido o, al menos, en vía de fracasar. Y, de veras, sería muy lamentable tener que aceptar su fracaso, no solo por la frustración que ello acarearía en el ánimo de los colombianos, sino porque de ahí podría derivarse un estado de cruenta zozobra que bañaría aún más en sangre el suelo de la patria.
El acuerdo con las Farc erró de medio a medio en el manejo del problema del narcotráfico. Es inconcebible que el resultado de la política de apaciguamiento de Santos sea la multiplicación de las áreas cultivadas en coca y el consiguiente aumento de la producción de cocaína. Supongamos en gracia de discusión que las Farc ya no están involucradas en ello. Entonces, alguien ocupó su lugar y aprovechó las circunstancias para sumergirnos, como anotó en su momento Ordóñez, en un mar de coca. Ya se habla de la presencia activa del Cártel de Sinaloa en distintos lugares. Y es claro que el gobierno carece de recursos de toda índole y hasta de ánimo para luchar contra este flagelo.
Pero hay ingredientes peores en este ominoso paisaje. El acuerdo se hizo a puertas cerradas ente el gobierno y las Farc, ignorando despectivamente a las víctimas y la sociedad civil. De ahí se sigue un franco y vehemente rechazo a las Farc en muchos sectores. La «estigmatización» es un hecho inevitable que no se puede superar con medidas coercitivas como las que se sugieren en el NAF. Habría sido posible suavizarla si las Farc no se hubiesen mostrado tan arrogantes y triunfalistas.
Como a lo largo de varias décadas han sembrado vientos, hoy están cosechando tempestades. Uno no puede aplaudir, sino deplorar, que a sus mandos medios los estén asesinando en distintos lugares del territorio nacional. La racha de crímenes es de tal índole que ya los capos, que gozan de fuerte protección, están inquietos, a punto tal que Iván Márquez ha llegado a decir que ellos no hicieron un acuerdo de paz para que los mataran. Y esto no es cosa del gobierno, ni de lo que algunos de ellos llaman el»establecimiento», sino de los odios y los sentimientos de venganza represados en el alma popular.
El asunto se complica porque las Farc, en lugar de insertarse en el escenario político dentro de de una línea social-demócrata, perseveran en su proyecto revolucionario de corte marxista-leninista, que por su propia esencia doctrinal es violento y poco dado a la convivencia armónica con los demás actores políticos. Se proponen hacer de Colombia otra Cuba y otra Venezuela, que son modelos que solo pueden implantarse mediante la violencia y suscitan no solo el temor, sino la repulsa, por parte de la mayoría de los colombianos.
Estos y muchos otros factores explican que el común de nuestras gentes no miren los acuerdos con las Farc con esperanza, sino con profundo escepticismo. Si fueran exitosos y contaran con la aquiescencia de nuestros conciudadanos, la candidatura de De La Calle sería imbatible y no lo vergonzante que se ve.
Harían bien los capos de las Farc en seguir las recomendaciones de Estrada Villa, que es un dirigente ecuánime que está, como suele decirse, más allá del bien y del mal en estos cruciales asuntos. Hay que repensar esos acuerdos y no empecinarse, como prometen varios candidatos, en su cabal implementación, que haría trizas a Colombia.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: enero 25 de 2018