El cuestionado superintendente de Industria y Comercio, Pablo Felipe Robledo es un perfecto farsante que, escudado tras una supuesta imagen de funcionario ejemplar e incorruptible, está liquidando la ya debilitada confianza inversionista en nuestro país, por cuenta de las absurdas, descontroladas e ilegales persecuciones que ha desatado contra distintos sectores del empresariado colombiano.
LOS IRREVERENTES pudieron establecer que el funcionario ha perdido la confianza de la Casa de Nariño, al punto de que el propio presidente Santos ha marcado distancia de quien hasta no hace mucho tiempo era uno de sus funcionarios estrella. El motivo es evidente: los desmanes que desde la SIC ha protagonizado Robledo, quien ha confundido la función pública con el consultorio en el que intenta tramitar sus frustraciones personales y familiares.
La persecución de empresarios que no le marchan al ritmo que él quiere, se ha convertido en una constante, al punto de que al finalizar el año pasado, la procuraduría general de la nación le abrió una indagación preliminar a él y a sus más cercanos colaboradores en la superintendencia.
Es evidente que Pablo Felipe Robledo ha extralimitado sus funciones, olvidando que la entidad que él dirige es de vigilancia y control y no una policía judicial o la policía política en la que él convirtió a la SIC.
En reciente reportaje a la periodista María Isabel Rueda, Robledo se mostró a si mismo como un dirigente político de altísimos quilates al decir que su nombre no solo anduvo sonando para el Senado sino para la presidencia o la vicepresidencia de la República, algo absolutamente estrambótico en un funcionario gris con cero experiencia electoral, muy bajo reconocimiento y, por supuesto, una hoja de vida magra. Además de haber sido el secretario privado de Ramiro Bejarano en el DAS durante los años espantosos del proceso 8000 y viceministro de justicia al lado del corrupto Jorge Fernando Perdomo Torres, sumado a su accidentado paso por la SIC, Robledo no tiene más para mostrarle a los colombianos.
La vanidad es un elemento común en buena parte de los servidores públicos. Pero Robledo, además de vanidoso es peligroso por el concepto retorcido que tiene del control y vigilancia. Al fin y al cabo es de la misma escuela en la que se formó el exvicefiscal Perdomo, quien es un maestro a la hora de cometer abusos y desmanes valiéndose de la administración de justicia.
Que Robledo tenga la inmodestia de decir en una entrevista de comienzos de año que su nombre fue considerado para la presidencia de la República, al margen de ser algo ridículo, confirma que él es, además de arbitrario, un verdadero farsante.
En vez de poner a sonar su nombre para cargos que están reservados para las mejores inteligencias de la nación, el superintendente debería contar cuál es el resultado práctico del desmonte que el ha hecho de los supuestos “carteles” y cuál ha sido el beneficio directo para los consumidores, porque en ninguna parte se ve registrado, por ejemplo, una reducción en los precios de los pañales, del servicio de vigilancia y seguridad privada, del azúcar o de los cuadernos, sectores que han sido violentamente perseguidos y sancionados por él.
Así mismo, el doctor Robledo está en la obligación de asegurarle al país que él no tiene vinculo alguno con abogados inescrupulosos que andan ofreciendo sus servicios profesionales a empresarios que han terminado investigados por la SIC, en una operación sospechosa y angustiosamente parecida al del denominado cartel de la toga.
Publicado: enero 9 de 2018