Siempre intento ser eficiente con mi tiempo en los aviones, razón por la cual trato de no caer en la tentación de ver películas. Intento aprovechar el tiempo para leer, escribir, o dormir. Pero hace unos días pequé en un vuelo a Shao Paulo y me decidí a volver a ver una de mis películas favoritas, “Blood Diamond”, con Leonardo di Caprio. Para los que no la han visto, se las recomiendo inmensamente. Esta es una de esas películas que lo dejan a uno con un sentimiento de agradecimiento para con la vida por toda la suerte que se ha tenido. Es un verdadero baño de humildad.
Un fan del cine con tendencias de izquierda que se vea esta película muy seguramente llega a la conclusión de que el mundo NO aguanta más disparidad en el ingreso, y que la única solución es implementar políticas redistributivas del ingreso inmediatas como las que propone el economista ídolo del progresismo mundial, el Dr. Piketty. Un fan del cine con tendencias de derecha llega, en cambio, a la conclusión de que lo único que puede acabar con el sufrimiento en el tercer mundo es lograr que este deje de serlo y en vez se convierta en primer mundo. En mi opinión, la única opción que existe para evitar que en África sigan ocurriendo tantas tragedias atadas a la pobreza extrema es la de lograr que cada año se creen miles de nuevos millonarios en ese continente, para que estos se decidan a reinvertir su capital y de esa forma generen nuevas oportunidades para los más vulnerables.
La única forma de acabar con la pobreza extrema en África, así como lo es en Colombia, es la de darle más y mejores oportunidades a los capitalistas para que cada día se vuelvan más acaudalados y de esa forma se decidan a invertir en la construcción de miles de nuevas industrias, edificios, carreteras, bancos, o cualquier otra labor económica que genere el empleo bien pago que tanto se necesita en los países pobres. Estimado lector, los burócratas no acaban con la pobreza. Los impuestos que pagan los capitalistas son los que erradican la pobreza.
Como he argumentado tantas veces en este mismo espacio, el problema del tercer mundo no es que haya “empresas explotadoras” de trabajadores y del medio ambiente, sino que no haya suficientes. Es cierto que el salario mínimo de los países del tercer mundo es bajo, pero esa realidad no es culpa de los empresarios. El culpable de esa realidad es, entre otras, la existencia de una legislación laboral anacrónica que vuelve prohibitivo el costo del empleo formal, razón por la cual muchos dueños de pequeñas empresas se rehúsan a legalizar sus pequeños emprendimientos.
Estudié economía por una sencillísima razón: porque siempre he querido poder contribuir con el objetivo de erradicar la pobreza y la exclusión. A mí el dinero no me mueve el piso. A mí lo que me apasiona es la evidencia. Los milagros de la erradicación de la pobreza que han visto países como Corea del Sur, Irlanda, China, Nueva Zelanda o Chile no son función de buenas intenciones, son función única de la implementación de sistemas económicos que respetan una de las características más certeras de la humanidad: que no todos somos iguales, que unos nacieron para ser empresarios y otros para ser empleados. Unos humanos nacieron con capacidades extraordinarias, otros nacieron normalitos, y la única forma de asegurarnos de que los ciudadanos normales tengan una vida digna es dándole la opción al humano extraordinario de lograr sus objetivos. Es así de sencillo.
Publicado: enero 30 de 2018