Siempre hemos sabido que los presidentes de cualquier país del mundo terminan sus gobiernos con el sol a sus espaldas. Pero lo que yo no sabía hasta ayer era que en contadísimos casos mandatarios salientes terminan delirando, botando babaza y maltratando a sus conciudadanos. “Es algo muy típico de los dictadores”, me explicó un psiquiatra amigo que me exigió el anonimato porque –según argumentó– sería un atrevimiento de su parte ponerse a la altura de su colega Rodrigo Córdoba, la lumbrera que citó el miércoles Juan Manuel Santos para disimuladamente insultar a los colombianos y a sus medios de comunicación.
Mi amigo psiquiatra, a quien en adelante llamaré ficticiamente Sigmund, me expuso dos casos concretos: el de los dictadores Nicolae Ceaușescu y Rafael Leónidas Trujillo.
El primero gobernó con mano dura a su país, Rumania, durante 22 años. En 1989, cuando todos los regímenes de los países de la Cortina de Hierro se caían a pedazos, Ceaușescu no se dio por enterado y siguió abusando de su pueblo. Finalmente, el 25 de diciembre de ese año fue fusilado junto a su esposa y, en el remedo de juicio que se le siguió, seguía exigiendo respeto con el argumento de que él era el presidente.
“Ellos (los dictadores) se desconectan de la realidad. Mire a Ceaușescu: no se dio cuenta de que ya no era el presidente ni mucho menos que lo iban a fusilar. Estaba delirando, seguramente enceguecido por el poder”, me expuso Sigmund para esta columna. Sobre Trujillo, el notorio dictador de República Dominicana, Sigmund me recordó que calificaba de traidor a todo aquel que le criticaba. Después de que en 1960 ordenó el asesinato de las tres hermanas Mirabal, el fin del régimen de Trujillo era inminente. Solo él no se dio cuenta de eso. Pero ocurrió en 1961 cuando fue baleado en Santo Domingo.
De acuerdo con el análisis de Sigmund, “Trujillo era otro desconectado de la realidad. Se dice incluso que se creía inmortal”. Ahora bien, aterricemos el tema a Colombia, pero sin dejar de lado a los desconectados de la realidad. Tiene que ser uno muy bellaco para recoger las palabras del psiquiatra Córdoba y decir que “Colombia tiene una enfermedad, una enfermedad mental, que solamente permiten (sic) ver las noticias malas y no apreciar las noticias buenas. Y que había que afrontar esa enfermedad, tratar de combatirla y curarla”.
Dicha enfermedad, al decir del dúo Santos-Córdoba, solo tiene una cura: “Con hechos que tengan impacto, con hechos simbólicos, que le muestren a la gente que efectivamente el futuro es mejor de lo que la gente se está imaginando porque hay noticias buenas y que puede apreciar esas noticias buenas”.
Respete, señor Santos. Si anda desconectado de la realidad, mejor guarde silencio. Este país, en efecto, está grave por sus ya casi ocho años de gobierno. Aquí, en Colombia, casi 50 millones de personas padecemos de una enfermedad llamada depresión. Nos da depresión de ver cómo usted les entregó el país a 7.000 bandidos que, ellos sí, sufren de un trastorno mental monstruoso e incurable: les gusta violar niñitas de 10 y 11 años.
Millones de colombianos, señor Santos, se levantan deprimidos y se acuestan deprimidos. El motivo: no tienen trabajo y como no tienen trabajo en sus casas pasan hambre. Miles y miles de nuestros compatriotas, señor Nobel de Paz, sufren de depresión cuando, enfermos, tienen que acudir a los hospitales a darle cara a su corrupto e ineficiente sistema de salud.
O es que acaso, señor Santos, los colombianos tenemos que ver como buenas noticias los constantes escándalos de corrupción de su gobierno. Mire no más que si en Colombia hubiera una justicia justa usted y más de medio equipo de su gobierno deberían estar en la cárcel por el escándalo de Odebrecht y el fraude en las elecciones de 2014.
Claro que debo reconocer, señor Santos, que el 7 de octubre de 2016 hubo una buena noticia para el país por parte de su gobierno: un colombiano fue galardonado con el Premio Nobel de Paz. A los pocos días, infortunadamente, se supo que quienes entregaron el galardón tenían intereses petroleros en Colombia. Entonces a todos los colombianos nos dio nostalgia de ver cómo nos habían truncado esa alegría. Todo fue muy efímero. No sobra recordar que el ganador de ese Nobel de Paz fue usted, señor Santos.
En síntesis, señor Santos, conéctese a la realidad del país cuando vaya a hablar. No nos atropelle ni irrespete más. Ah, y dígales a sus amigos psiquiatras y psicólogos, si es que existen, que cambien de libros y de universidades. O, mejor, que vayan donde un experto que les cure sus tendencias a la mitomanía y a la lagartería.
UNA IMPORTANTE REFLEXIÓN ¿Es el Centro Democrático un nuevo partido en el pleno sentido de la palabra? Cualquier observador diría que sí.
El senador José Obdulio Gaviria ha repetido hasta el cansancio que hay un “cuerpo de doctrina” uribista que distingue, diferencia y separa al CD de los demás del espectro político colombiano.
No parecen compartir esa definición otros dirigentes dentro del mismo partido. Recientemente, el ex precandidato Rafael Nieto definió al CD como “una minoría más entre las otras minorías de la coalición del No”.
Yo, que intervine activamente en la defensa del No, soy testigo de que una cosa éramos las personas que actuábamos como dirigentes independientes en esa coalición, y otra muy distinta el partido del presidente Uribe.
Su fuerza, organización, disciplina y coherencia ideológica daban envidia. Por eso no comparto la definición del doctor Nieto y, más bien, me identifico con el trino del senador Ernesto Macías, quien le recordó a Nieto que el CD es “el partido más grande de Colombia, que hace cuatro años, sin coaliciones, ganó la primera vuelta presidencial” y también la segunda, pero se la robaron.
El telón de fondo de esa discusión es la proclamación del candidato presidencial del CD, es decir, del uribismo, Iván Duque. Inmediatamente se dio el hecho, algunos antiguos militantes conservadores, hoy en el CD, trataron de desmarcarse.
Miguel Gómez Martínez, quien se había inscrito como candidato al Senado por el CD, demostró que no tenía ninguna fidelidad con Uribe y ese partido. El mismo día, Gómez apareció encabezando la lista al Senado del Partido Conservador, la fuerza más activa y “enmermelada” de la coalición del Sí.
Por su parte, Nieto parece empeñado en jugar otra vez contra Duque, ahora por interpuesta persona, la candidata presidencial de Pastrana, Marta Lucía Ramírez.
Duque merece todo el respaldo de la coalición del No. Fue, con Uribe, la punta de lanza del triunfo del No en el plebiscito y es, de lejos, la persona más preparada para gobernar a Colombia en representación del partido mayoritario de la coalición. Y si la coalición decide convocar una consulta entre Duque, Ramírez y Ordóñez, bienvenida la consulta. Desde ya anuncio mi voto por Duque.
Publicado: diciembre 30 de 2017