Hace siete meses inicié la carrera hacia la candidatura presidencial del Centro Democrático. Ese seis de mayo, por generosa invitación del expresidente Uribe, en la convención del Partido, expuse mis ideas y propuestas ante un auditorio que, en su inmensa mayoría, no tenía idea de quién era el que hablaba. Hubo aquel día una conexión programática y emocional con los convencionistas que se profundizó a lo largo de la campaña y que se extendió a la base y la militancia uribista. Desde entonces viajé por todo el país, desde Vichada a Nariño, a veces con el Partido y casi siempre solo, en la tarea de oír al ciudadano de a pie, a todos sin importar sus simpatías partidistas, en especial a los más vulnerables y necesitados, para identificar sus necesidades y problemas y construir con ellos soluciones. Soluciones concretas para problemas reales, más allá de ideologías, partidos, estratos o clases sociales. No me cansaré de insistir en que los ciudadanos no comen partidos o doctrinas, sino pan y leche, y que por tanto la misión es encontrar mecanismos eficientes y sostenibles para que los ciudadanos puedan alimentarse por sí mismos. Y que la política es para servir, no para servirse, para la construcción del bien común por encima de intereses personales o de grupo.
Comprobé que sí es posible hacer campaña con muy poco dinero y con el apoyo, ese sí indispensable, de centenares de voluntarios a lo largo y ancho del país. Jóvenes con los que salí a correr y a montar en bicicleta o a repartir volantes en las plazas y calles, estudiantes con los que debatí de manera franca y a veces polémica en las universidades; adultos mayores que decidieron dedicar su experiencia y su tiempo a darme una mano; miembros de la reserva activa de la Fuerza Pública que canalizaron su patriotismo en la campaña; profesionales, académicos y expertos en los más variados temas que pusieron su conocimiento en la construcción de un robusto programa de gobierno y en la identificación de soluciones regionales; líderes barriales y gremiales con el deseo de hacer política de manera distinta, transparente, sencilla, con los pies en la tierra y los zapatos sucios de barro; madres cabeza de familia, personas con discapacidades; cristianos, católicos y judíos convencidos de la necesidad de la reconstrucción del tejido ético de la sociedad colombiana; algunos políticos que, como yo, creen que los medios son tan importantes como los fines a la hora de hacer campaña y gobernar; todos se fueron sumando y me acompañaron en esta causa. Son la prueba de que nuestros ciudadanos son, en su inmensa mayoría, personas de bien, honorables, trabajadores, pacíficos. Para todos ellos no tengo sino agradecimiento desde el fondo de mi corazón. Quisiera darles, a cada uno, un abrazo fuerte, con los ojos nublados por lágrimas de alegría.
Miles de kilómetros recorridos, decenas de ciudades y centenares de barrios visitados, muchos con pisos de tierra, me han permitido comprobar que nuestra Colombia es una pero también muchas, es país de regiones, de provincias que comparten algunos problemas comunes pero también tienen necesidades específicas que requieren respuestas individualizadas. El centralismo, la mirada excluyente desde la “bogotaneidad”, es fuente de fracaso. Solo desde la región seremos eficaces en las soluciones.
Los desafíos son claros: pobreza, desempleo, corrupción, violencia, maltrato y abuso a mujeres, ancianos y niños, ausencia de conciencia medioambiental, un Estado excesivo, clientelista, hiper regulador, paradójicamente débil, con un sistema democrático e instituciones muy frágiles, sistema de justicia politizado y con manchas, desindustrialización y enormes dificultades para hacer empresa, baja productividad y pobre competitividad, educación de pésima calidad y acceso formal pero no real al sistema de salud. Y en particular una honda corrupción de los valores, de la estructura ética.
Perdí en el procedimiento que escogieron para definir el candidato del Partido. Me opuse al mismo tanto como me fue posible, pero mis compañeros de precandidatura no se movieron de su defensa. Para no quedar atravesado como vaca muerta, acepté las reglas de juego y acepto sus resultados. No puede ser de otra manera. Al ganador le deseé buen viento y buena mar. No me voy a otro partido. Al contrario, me dedicaré a fortalecer la bancada del Centro Democrático, indispensable sea quien sea el candidato de la coalición y sea cual sea el próximo presidente. Sigo convencido de la necesidad de ganar en el 2018. Esas elecciones son de ahora o nunca, nos jugamos el futuro. Los adversarios son el santismo y la izquierda populista y radical. Hay que trabajar para vencerlos. ¡La Patria primero!
Publicado: diciembre 19 de 2017