El objetivo fundamental del próximo año no puede ser otro distinto a ganar la Presidencia, alejar el país del abismo y retomar el rumbo para construir la sociedad justa, segura y próspera que todos queremos. Si confundimos la meta, confundimos también el camino. Y el costo será monumental. Nos jugamos la democracia, la economía de libre mercado, el futuro de la Patria.
En consecuencia, acá no valen las vanidades, los egos, las aspiraciones personales. Todas ellas deben estar subordinadas al fin último de no elegir un nuevo gobierno del santismo y de la izquierda. Si se elige acá un gobierno de continuidad, de “transición” según denominación de las mismas Farc, el futuro que nos aguarda será cada vez más parecido al de nuestros vecinos.
¿Pensamientos catastróficos? ¿Tremendismo? ¿Demagogia dirigida a asustar para obtener mejores resultados electorales? Nada de eso. Basta mirar los hechos y verificar que ya vamos en ese camino: desconocimiento del valor del voto y de las mayorías, manoseo grosero de la Constitución y la ley, subordinación del legislativo al ejecutivo, cooptación de las altas cortes, manipulación ideológica del sistema de administración de justicia, impunidad para los cercanos y persecución judicial implacable de los contradictores políticos, la mentira como discurso oficial, centralismo exacerbado y abuso del presupuesto como instrumento electoral y de presión a las autoridades departamentales y municipales, alineamiento uniforme de los grandes medios de comunicación, uso de los organismos de control fiscal y societario como instrumento de persecución a empresarios e individuos que no se someten, desmantelamiento doctrinal y operacional de las fuerzas militares, corrupción desbordada, enquistada en la estructura gubernamental y liderada desde la Presidencia de la República, connivencia con el narcotráfico. Se dirá que hay diferencias, que en Venezuela la cosa es aguda y descarada, y es verdad, pero que allá lo descrito suceda en grado superlativo no significa que acá no ocurra, que los hechos no sean ciertos. Lo son. Y muestran el tamaño de la crisis y de los riesgos.
Así que si queremos frenar la deriva de “venezuelización” que llevamos es indispensable cambiar el rumbo en el 2018. Primero, las parlamentarias. Sea quien sea el próximo presidente, es fundamental obtener el mayor número de senadores y representantes comprometido con la República y con el libre mercado. O para gobernar o para hacer oposición, son indispensables.
Después, las presidenciales. Y en ellas la clave serán las coaliciones. En un panorama de fragmentación aguda, no hay candidato ni partido capaz de ganar solo. Es indispensable una alianza. La coalición natural del centro a la derecha está en los que compartieron la gesta heroica del triunfo del No en el plebiscito. El Centro Democrático (CD), los ex presidentes Uribe y Pastrana, Marta Lucía Ramírez. Pero también Alejandro Ordoñez. Dejarlo por fuera sería un error imperdonable Y sumamente costoso. Ordoñez, además, ha recogido sectores importantes de conservadores, de la reserva activa de la Fuerza Pública y de los grupos católicos y cristianos, sin los cuales el triunfo es improbable. Y hay que sumar a las víctimas de los terroristas, a Jaime Castro y el grupo de Mejor No, a los arrepentidos del Si, a los abstencionistas.
El discurso de que la alianza es desequilibrada porque ni Pastrana, ni Marta Lucía, ni Ordoñez tiene partido ni fuerza parlamentaria olvida lo importante: primero, que el adversario no está adentro sino afuera y, segundo, que sin ellos el CD es solo la más grande de las minorías y no puede llegar a la Presidencia. De hecho, el CD sin coalición no tiene garantía siquiera de pasar a la segunda vuelta. Si en política sumar es siempre importante (aunque no al costo de renunciar a los principios), en este caso lo es aún más.
De manera que la Alianza no solo es deseable sino que es indispensable. Hay que trabajar con prudencia, respetar a sus líderes, tratarlos con cuidado, dar garantías a todos. Tener siempre presente el fin último, los más altos objetivos de la Patria. De nuevo, insisto, no olvidar que lo que nos jugamos es el futuro.
***
A todos mis lectores, mi agradecimiento profundo por su paciencia y generosidad conmigo. Y mis deseos para que esta Navidad los llene de amor junto con los suyos.
Publicado: diciembre 27 de 2017