La vanicridad es una palabra que no existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pero que en la realidad es una rara mezcla de vanidad (del latín vanitas, cualidad de lo vano, pura apariencia, fraude, presunción de que se posee algo cuando el interior está vacío), más mediocridad (del latín mediocris, que significa mediano, común y ordinario), que lo que engendra son seres atroces como por ejemplo el presidente de Colombia. De esta anormal y rara mezcla salen sin que el afectado se dé cuenta, los sentimientos más aberrantes e innobles que ser humano pueda tener. Porque el que la sobrelleva cree que lo que hace está bien hecho. Y no se da cuenta por ejemplo del desprecio que siente hacia sus congéneres, el tener sentimientos de querer a toda costa romper las estructuras tradicionales, y hasta de sentir no tener amor fraternal hacia los suyos, la de la familia en la consanguinidad. Gracias a la divina providencia hay seres que están allí para controlar aunque sea un ápice a estos engendros.
Friedrich Nietzsche dijo: «La vanidad es el temor de parecer original, denota por lo tanto una falta de orgullo, pero no necesariamente una falta de originalidad.
Orgullo de la persona que tiene un afán excesivo de ser admirado y considerado por los demás. Es además la creencia excesiva en las habilidades propias buscando ser atractivo, tanto que cae necesariamente en la soberbia, la arrogancia, y el engreimiento. Y que muy en el fondo, como lo señala el filósofo alemán, no es otra cosa que un gran complejo de inferioridad, que trae como consecuencia comportamientos anormales. En el cual el afectado solo pone su confianza en las cosas mundanas, perdiendo de paso el sentido de lo Teológico, el cual lo hace pensar que no necesita de Dios. Lo que además le hace prescindir de valores éticos y morales. Esto es sumamente peligroso sobre todo si es padecido por un mandatario o líder de un pueblo como es el caso colombiano. La fe católica la considera por eso como el “Maestro de los Pecados”.
Evagrio Póntico (345-399 DC), un monje solitario y asceta cristiano, muy conocido por sus cualidades de pensador, advirtió que la vanidad: “corrompía todo lo que tocaba y la denominó un tumor del alma lleno de pus que al alcanzar la madurez se descompone en un desagradable desastre”. El Papa Gregorio Magno (540-604 DC), dijo: La vanidad es el comienzo de todos los pecados.
Ciertamente con el gobierno Juan Manuel Santos ha empezado la gran debacle de Colombia, y lo que el futuro vislumbra son grandes penurias. Da dolor y miedo decirlo pero la realidad hay que enfrentarla con el valor de reconocer el gran embrollo en que estamos sumidos. Solo queda esperar con mucha cautela y precaución los cambios que espera el pueblo colombiano en las elecciones del 2018, para volver a la senda del progreso. Como la de también salir de este nefasto personaje (el cual jamás deberá repetirse) que nos ha vuelto y nos recuerda a la Roma de antaño, la de los emperadores infectos.
Publicado: noviembre 23 de 2017